¿Por qué tanta impunidad? | El Nuevo Siglo
Sábado, 16 de Febrero de 2019

Un edificio mal cimentado se derrumba. Una construcción con excelentes bases permite continuar el proyecto sólidamente. Así ocurre con los procesos más complejos. Si están viciados desde su origen, si los elementos primarios son frágiles, ya nadie puede mejorar lo inconsistente. Por eso la “criminalística” es tan imprescindible en el campo penal.

Un proceso se divide en dos etapas fundamentales. La investigativa y la relacionada con la sentencia final. La mentalidad de estos funcionarios es diversa. El primero es sagaz, tiene olfato, audacia, malicia, sabe del mundo del hampa, conoce sus coartadas, sus trucos, sus recursos. El magistrado que dicta el fallo es un profundo conocedor de las leyes, las doctrinas, las jurisprudencias. Es analítico, reflexivo, lógico, dialéctico, lo domina el equilibrio. No tiene, frente a un proceso, una inclinación, en uno u otro sentido. Esta imparcialidad y ponderación constituye una garantía de acierto en su fallo.

Tiene trascendencia la inmediación en la etapa investigativa. Si el instructor tiene cara a cara al posible delincuente es mucho lo que puede captar, analizar, percibir y deducir. El rostro del delincuente es una rica fuente de impresiones. Los ojos son el espejo del alma. El interrogador debe estar pendiente de cualquier movimiento en el sospechoso. La pregunta clave puede alterar al sindicado, turbarlo. El fiscal debe tomar nota mental de todo lo que sucede y sacar partido adecuado de lo que ocurre. Se comenta que los orientales cuando se asustan se les notan en los pies. Por esos les desnudas los pies. En occidente, el nerviosismo se refleja en el rostro.

La mujer con el llanto disimula su alteración psíquica. En algunos países se usan las drogas para obtener revelaciones vitales de los sindicados. Hoy se prohíbe. En Colombia no se puede acudir a estos métodos.

Se ha generalizado el uso de grabadoras de hilo, discos o cintas magnetofónicas.

Otro método del que no se puede dejar de hablar es el interrogatorio practicado con ayuda del llamado “detector de mentiras”, muy usado en varias naciones como EE.UU. Presta gran ayuda al investigador. El que miente, el que se aparta de la realidad, se perturba sicológicamente, y esto le sirve al funcionario para el manejo de la diligencia judicial. Este sistema registra las emociones de la persona a quien se aplica. La justicia rechaza estos procedimientos. El investigador debe ser por naturaleza desconfiado, sin exteriorizar esta desconfianza; jamás debe dar por ciertas las afirmaciones de un sospechoso; por el contrario, debe verificarlas para comprobar la buena o mala de este.

El investigador debe saber algo de las otras profesiones; muchas veces hay que interrogar a un político, a un sacerdote, a un médico, a un artesano, a un vendedor ambulante, jardinero, contador, etcétera. Si nada se sabe de esas profesiones muy poco rendimiento se logra de la diligencia. Se debe tener alguna noción de química para no pecar por ingenuo.

Cuando hay que interrogar a un experto es bueno entrenarse previamente para preguntar con exactitud y manejar el tema con relativa propiedad.