Un buen café | El Nuevo Siglo
Jueves, 7 de Febrero de 2019

EL café sigue siendo una civilización que se innova, se transforma e industrializa con valor agregado y cultural.

Aunque los caficultores, mayoría minifundistas, aún pasan tragos amargos por destorcida de precios externos, abuso dominante de quienes en el mundo se quedan con el grueso de la tajada; en general, son gentes optimistas y emprendedores.

Ejemplo de cómo un modelo agroindustrial puede prosperar y sostenerse en medio de penurias del mercado libre; si hay cohesión y prácticas de buen Gobierno en la conducción de un gremio.

Son casi 550 mil familias, unas 5 millones de personas vinculadas al cafetal, al comercio y exportaciones del bebestible.

Pese a que ya no se cuentan millones de sacos en inventarios como nutriente financiero del Fondo Nacional del Café, sí hay unidad de criterio y consensos frente al modelo de producción sostenible.

Productividad, menos gastos en la finca, más ahorro, faenas como renovación, recolección, uso de suelos, sombrío, fertilizantes, control de broca, roya, y precio de sustentación seguro, son parte de una cadena que hace fuerte a un gremio que continúa resistiendo las ‘vacas flacas’.

Habrá quienes discrepen sobre política cafetera, metas de producción, ingreso del productor y ayudas reales del Gobierno; pero a lo que no le pueden tirar piedra es al manejo riguroso y austero de las finanzas cafeteras.

Los cafeteros aprendieron a ser metódicos, aterrizados y visionarios. Su apuesta es la redención de una caficultura sostenible en medio de un mercado incierto y en manos del otro bando, el de los importadores, tostadores y jugadores del casino. Es decir, especuladores.

Desde el 4 de julio de 1989 cuando fracasó en Londres –en la OIC- el pacto mundial de cuotas con franja de precios, el libre comercio es una locura donde jugadores en bolsa pescan lo mejor en río revuelo.

El peor trago lo toman países productores y Colombia bebe ahí. Pese a ello, la dirigencia cafetera nacional ha promovido la defensa de los caficultores mediante acuerdos entre países productores.

Y así como en el país se actúa en defensa del día a día de los cultivadores, afuera es igual, en procura de un mercado global que no quite tanto ingreso a los productores.

El timonel de esa lucha diaria y constante es Roberto Vélez Vallejo, gerente general de la Federacafé, cercano a mujeres y hombres de la finca.

Le dicen el samurái del café desde su llegada de Tokio donde fue embajador.

Al tomar riendas del café en Colombia, Vélez Vallejo decidió llevar su despacho al lado de los cafeteros. Los escucha y les cree. Sin corbata, les propone en sus predios, salidas a la crisis.

El zar del café hizo del aporreado gremio cafetero, un tinto sencillo donde su idea es que todos tomen y todos ganen.

En pueblos, veredas y fincas cafeteras lo ven al gerente, como su líder transformador y cercano al campesino, que sin derroche, pero austeridad, tiene a salvo la caficultura.

Un buen café para los cafeteros.