Tentación psicopática | El Nuevo Siglo
Martes, 23 de Febrero de 2021

El debate artificial que algunos crearon sobre la prolongación del periodo presidencial no debe cancelarse tan pronto.
Al contrario, debe resonar durante varias semanas para que las nuevas generaciones, principalmente, comprendan el fenómeno de los atentados contra la democracia.
Por tal razón, conviene resaltar algunos de los ingredientes sobre los que ha ido tejiéndose esta tentación psicopática, este llamado a la demencia política.
Primero, se cree que quienes echaron a rodar la idea solo estaban sirviendo de mensajeros.
Pero cuesta mucho creer que alguien en sano juicio hubiese enviado a un testaferro para medir el clima de aceptación o rechazo de la iniciativa.
Segundo, se ha pensado que la idea es tan solo una obsesión, una compulsión, una iteración propia de nostálgicos y dictadores recesivos.
Pero una propuesta como esta, esencialmente racional, tiene que ser la expresión de un circuito de poder, de un círculo, de un aparato más o menos instituido.
Tercero, se ha querido banalizar la cuestión presentándola como un gran beneficio para las arcas del Estado.
Este planteamiento, que en el fondo significa la compra de la conciencia y la dignidad democrática, resulta aún más grave en el contexto de una pandemia.
En efecto, mucha gente se halla hoy en la ruina y, por ende, más vulnerable que otros, o sea, sin la energía ni la fortaleza para lanzarse a las calles a luchar a brazo partido contra los que quieren despojarles de la democracia.
Cuarto, se ha especulado con la tardanza del gobierno en responder a la propuesta, sugiriendo con ello cierto grado de complacencia.
Pero, ¿Pr qué el Presidente podría estar de acuerdo con semejante delirio?
Las encuestas, por ejemplo, muestran un alto grado de desaprobación popular y no hay situación más desagradable en política que sentirse gobernando a contracorriente.
Como si fuera poco, sus ministros y allegados guardaron un silencio abismal, lo que debe ser muy triste, aún en el marco de la habitual hipocresía del poder.
Silencio tortuoso, en todo caso, porque lo más normal es que ellos, al unísono, hubiesen podido expresar con resonante vehemencia su repudio, honrando así la pulcritud democrática, tanto la propia como la de su jefe.
Adicionalmente, se desataría una resistencia irrefrenable no solo por la ruptura constitucional, sino por el espíritu irreductible que caracteriza a todo colombiano demócrata.
En tales circunstancias, un gobernante amante de la paz, de las libertades públicas y de la legalidad, se vería a sí mismo como el detonante de un clima de violencia mucho peor que el actual, algo que le amargaría el resto de su vida.
Entonces, el debate no debe cerrarse; debe estar permanentemente abierto para que nadie trate de pescar en río revuelto y para que la cultura democrática se fortalezca a diario.
Pero, ante todo, para que en el futuro a nadie se le vuelva a ocurrir la misma cosa, pues ya sabría, exactamente, qué es lo que le espera.   
vicentetorrijos.com