“Así yo me sienta cada vez más en contravía”: Oscar Ruiz Navia | El Nuevo Siglo
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Domingo, 4 de Marzo de 2018
Alejandro Ponce de León
El cineasta caleño ha sido reconocido por su agudeza y genialidad. Ganador del premio FIPRESCI en el 60º Festival de Cine de Berlín, entre otros galadrones, en esta entrevista cuenta por qué se dedica a este arte, dice qué significa el Grupo de Cali y explica por qué siente “que lo que a la gente le gusta del cine es el evento y no el ver cine”

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CALI es una ciudad que ocupa un lugar emblemático dentro de la historia del cine Colombiano. En la década de los sesenta, la ciudad fue cuna de una feraz generación de cineastas y cinéfilos — mejor conocidos como el Grupo de Cali—, recordada a través de la obra de Andrés Caicedo, Carlos Mayolo, y Luis Ospina. Pero no solo de ellos. Caliwood ha sido espacio para la experimentación, adaptación, y germinación artística de decenas de prolíficos productores audiovisuales a lo largo de las últimas décadas, entre los que se pueden destacar el trabajo de Sergio Dow (1954), Oscar Campo (1956), Antonio Dorado (1960), Simón Brand (1970), o Andrés Baiz (1975), entre otros. En Cali se respira cine.

Oscar Ruíz Navia (1982) es uno de estos directores de cine Caleños cuyo trabajo, desde muy temprano en su trayectoria, ha sido reconocido por su agudeza y genialidad. Su primer largometraje, “El vuelco del cangrejo” (2009) recibió el premio FIPRESCI en el 60º Festival de Cine de Berlín. “Los Hongos” (2014), fue ganador de Premio Especial del Jurado en la sección Cineastas del Presente del Festival de Cine de Locarno (2014). Su última entrega, Epifanía (2016) –codirigida con Anna Eborn– es la primera película Colombo-Sueca y hasta hace unos pocos meses se encontraba en las carteleras de los teatros especializados en cine independiente de todo el país.

Parte de su éxito se puede atribuir a que él nunca para. Mientras esperamos a que comience la función de su película, Ruíz Navia camina de un lado a otro, prende un cigarrillo, habla por celular, y saluda a los asistentes uno tras otro. Es inquieto. Imagino que siempre ha sido así, pues al hablar de su infancia, se describe como niño metido en calle, más interesado en el futbol que en ver televisión. Hincha del América de Cali y miembro de un hogar activo en el mundo político, Ruíz Navia es uno de los rostros mejor conocidos de una generación de cineastas que están reinventado la industria audiovisual en Colombia. Hablamos con él acerca de su vida, el grupo de Cali y su obra.

¿Cuándo empiezas a interesarte por el cine?

Mi interés por el cine surgió en el colegio, cuando me metí al grupo del teatro. En un principio me gustaba mucho la actuación, por lo que mi papá me conectó con Enrique Buenaventura —mi papá era el abogado del maestro— y terminé yendo a unos talleres en el TEC. Tendría 14 años cuando Jorge Navas y Halaix Barbosa fueron a mi colegio a hacer un casting para “Calicalabozo”; una película sobre la obra de Andrés Caicedo. Yo en ese momento me estaba dejando crecer el pelo, y me escogieron para ser parte de un ejército de niños que hacíamos de extras. Empezamos a ir a unos talleres y un día que nos fuimos de rodaje, vi por primera vez esas cámaras y me enamoré inmediatamente. Yo dije “esta es la vaina mía”, y desde entonces me quedé así.

Hacer cine es mi único propósito en el mundo y ahí tengo insistir hasta las últimas consecuencias. Ese es mi motor, así yo me sienta cada vez más en contravía

¿Sabías quién era Andrés Caicedo en ese momento?

Yo conocí a Andrés Caicedo a los 14 años, cuando vienen a hacer la película. Había escuchado el nombre porque mi hermana era una gran lectora y ya se había leído “Angelitos Empantanados”. Pero yo no lo había leído, y cuando llegamos a este casting y me hablan sobre él, inmediatamente me voy a leer “Que viva la música” y ya me metí en ese mundo.

A mí, la obra de Caicedo me influenció mucho, porque leyéndolo empiezo a meterme en el mundo del arte y del cine. Después de esos últimos tres años de mi bachillerato decido irme a Bogotá a estudiar cine en la Nacional. Allí estuve un año y medio, hasta que me devolví. Ese paso fue muy importante para mí porque conocí a los cineastas de mi generación, como Diana Bustamante o Rubén Mendoza. Me acuerdo que el día de la inducción conocí a Ciro Guerra, que era como una especie de monitor, y mirá ahora donde está. Todos nos conocimos de niños ¿si me entiendes?

¿Por qué decides devolverte a Cali?

Una cosa que lo marca a uno es lo que le enseñan en la escuela. Yo siempre he sido un admirador del movimiento de Cali. Siempre me veía “Rostros y Rastros” y todos esos documentales. Por eso cuando llego a Bogotá y todo el mundo me habla del movimiento, pienso: “¿yo qué estoy haciendo acá? ¡Mucha güeva! me devuelvo.”

En ese tiempo, mi amigo William Vega estaba estudiando en la Universidad del Valle –donde se había mantenido toda esa tradición de Caliwood– y hacía unos trabajos que a mí me encantaban, entonces decidí regresarme a estudiar Comunicación con él. Es allí donde me encuentro con la obra de Luis Ospina y de Mayolo, por ejemplo. Me vuelvo cinéfilo y me veo películas y películas y películas, y ahí ya me terminé de enamorar de ese tipo de cine. Es allí, también, donde aprendo sobre lo documental, no desde un punto de vista ortodoxo, sino mezclado con lo metafórico y con lo poético. Es decir, aprendimos a sentir una gran pasión por lo real pero no necesariamente en busca de un realismo, sino desde lo real construir otro tipo de realidades –que es lo que El Grupo de Cali le aportó a la cinematografía colombiana.

¿Cuál crees que es el legado que le deja el grupo de Cali al cine nacional? Y, sobre todo, ¿cuáles son las rupturas y continuidades que se presentan entre el tipo de cine que ellos hacían y el que ustedes ahora están planteando?

El Grupo de Cali hace que el cine colombiano llegue a su modernidad. Antes de ellos, el cine era totalmente figurativo. A través de la mirada de ellos, lo poético se introduce dentro de lo narrativo. A través del horror, por ejemplo, ellos plantean una metáfora crítica a la sociedad; algo que hasta ese entonces no se había visto en el cine nacional –o no de esa forma.

Vivimos en un mundo muy frívolo, donde lo que importa son otras cosas. Con una película como “Epifanía”, la gente se pregunta ¿para qué me vas a hablar de la familia?, o ¿por qué me vas a hablar del amor? La respuesta, para mí, siempre ha sido: esa es la base de lo humano

Nosotros retomamos esa idea que ellos tenían sobre lo metafórico, y la adaptamos a nuestro trabajo, según nuestra propia historia de vida. Porque si hay una gran diferencia, diría yo, es el estrato social. El grupo de Cali plantea una mirada pequeño burguesa, de niños ricos y acomodados, fascinados con los Estados Unidos. Eso no está mal, pero nosotros no venimos de ese lugar y tenemos otras intenciones, otras búsquedas.

Por ejemplo a mí, personalmente, el cine de género no me fascina. Tampoco tengo mayor gusto por el vampirismo. Yo tengo otras preocupaciones. Mi formación me llevó a inclinarme más hacia lo político y lo social. Aunque Caicedo y Ospina tenían una visión política bastante anárquica, Mayolo perteneció al movimiento comunista y de todos ellos, él era quien se interesaba más por la cuestión popular y afro. En ese sentido, yo me siento Mayolezco –antes que Caicediano.

En otros espacios te he escuchado hablar de tu trabajo como parte de un género sui-generis: el Sueño Documental ¿Qué es y cómo se manifiesta en tu trabajo?

El Sueño Documental es una idea que surgió en “El Vuelco” pero que primero expresé en “Los Hongos”. Es, a partir de lo real, construir otro tipo de sensaciones; o mejor, es otra forma de asumir lo real. La gente a veces confunde lo real con el realismo, pero eso no es así. Trabajar con lo real no quiere decir que el tipo de representación que vas a plasmar sea realista. Yo prefiero tomar insumos de lo real poder construir algo que se acerque más a una ensoñación o a una epifanía. Eso es lo que yo he tratado de hacer hasta ahora con las tres películas que he hecho.

Las llamo “sueños documentales” porque, precisamente, son sueños hechos a partir de insumos reales. En ellas hay una ambigüedad latente, donde no sabés qué es lo representado y qué es lo que no está representado, lo que se controla y lo que no se controla. Pueden ser muy cuestionadas, sobre todo desde el punto de vista de los guionistas clásicos. Pero allí hay un cierto atrevimiento, porque no son películas que obedezcan cánones. Eso fue pasó con el “El Vuelco”, que ha envejecido bien y que con los años la gente ha empezado a hablar muy bien de ella. Pero cuando “El Vuelco” salió, mucha gente decía: “¿esa mierda qué es?”

¿Hacia dónde se dirige el trabajo de Oscar Ruiz Navia?

Yo no es que tenga muchos años, pero los que tengo, los he vivido intensamente y siento que ya empiezo a desilusionarme. En los últimos años, por ejemplo, me he desilusionado mucho del mundo del cine, porque siento que lo que a la gente le gusta del cine es el evento y no el ver cine.

Vivimos en un mundo muy frívolo, donde lo que importa son otras cosas. Con una película como “Epifanía”, la gente se pregunta ¿para qué me vas a hablar de la familia?, o ¿por qué me vas a hablar del amor? La respuesta, para mí, siempre ha sido: esa es la base de lo humano. Desde mi primera película entendí que el camino que yo tenía que hacer no dependía de elogios o criticas sino que yo tenía que ir por lo mío. Que si yo lo hago con convicción, tal vez pueda ver los frutos. O puede que no. Pero soy muy consciente de que si tomo este camino, voy a dejar algún tipo de legado. Porque hacer cine es mi único propósito en el mundo y ahí tengo insistir hasta las últimas consecuencias. Ese es mi motor, así yo me sienta cada vez más en contravía.

*Universidad de California, Davis. www.alejandroponcedeleon.co