Cuba y Getsemaní | El Nuevo Siglo
Sábado, 9 de Marzo de 2019

 

Hace 20 años no pisaba suelo cubano. Motivado por toda suerte de intereses e intrigas personales, tomé un morral y un par de amigos para conocer los pagos de Fidel. De eso ya hace 20 años. Hoy, escribo estas letras desde la siempre desabrida y triste ciudad de La Habana. Lugar paradisiaco para la inmovilidad, el descrédito y la desilusión humana.

La diferencia de 1998 a hoy reside en que el parque vehicular ha sobrepasado los Chevrolet americanos de los años 50 y los Lada Samara rusos de los 70. De la Cuba de precios pírricos y edificaciones derruidas por el paso del tiempo y el descuido queda poco: las edificaciones, como Pompeya y su olvido.

Pasan los tiempos y pasa la gente sin avance ninguno: 60 años después del triunfo de la tiranía comunista e incluso después de la muerte de Fidel Castro Ruz, las gentes continúan padeciendo una pobreza generalizada con un salario mínimo de 35 dólares aproximados que no les alcanza para subsistir.

Sobre esa realidad de equitativa, incluyente y pluralista pobreza cabalga un falso mito, a saber: el antiimperialismo del cubano. Ese pueblo no es antimperialista, es anti americanista porque de no serlo los condenan a muerte. El cubano, en realidad es imperialista. Quiere y abraza al imperio español pues es el que les da de comer después de 500 años. La Habana vale sus céntimos gracias a las glorias históricas que trajeron consigo los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II. La Habana es gloria gracias a España y a su herencia republicana hasta 1959. La dictadura castrista, en cambio, no ha construido sino falsas ilusiones en nombre de una patria inexistente y de una nación aún soñada. Sus imaginarios ladrillos comunistas están impuestos por la fuerza en las mentes de los habitantes quienes por no tener mayor contacto con el mundo exterior asumen abnegadamente esa realidad.

La isla, además, es un cuartel. El ejército es el beneficiario casi único de los elevadísimos impuestos y de las prerrogativas del poder absoluto. Es cierto, en Cuba no hay miseria, pero ciertamente hay hambruna intelectual. Las educaciones son precarias y desactualizadas por estar sometidas al escrutinio de los poderosos antes que a las necesidades del mercado que aún hoy se muestra inexistente. La gente se gradúa en las materias que el Estado dispone, pero se dedican a ser taxistas, a la prostitución o, con suerte, a trabajar en el sector turístico, pues no hay posibilidad alguna de desarrollar su ciencia en los rincones de Fidel.

Para hacerles corto el cuento, supónganse que en pleno siglo XXI La Habana es lo que era hace 30 años Getsemaní en Cartagena, salvo que las muertes y las violaciones a los derechos humanos corren por cuenta del Estado comunista.

@rpombocajiao

*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI