Oponerse por oponerse | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Marzo de 2019
  • La escandola ante las objeciones
  • Dejar la polémica y volver al debate

 

 

 

 

 

Una verdadera avalancha de interpretaciones negativas originadas en diferentes sectores de la oposición, hace tiempo declarada oficialmente, se produjo esta semana contra el presidente Iván Duque, a raíz de sus limitadas objeciones al proyecto de ley estatutaria de la justicia transicional. En consecuencia, opiniones, todas, que se podían prever.

Desde luego, es lo que toca a los detentadores de la oposición: pensar con la tripa, inflamar los acontecimientos, tratar de crear un ambiente catastrófico a fin de presentarse de redentores y mostrarse iluminados y portadores de un mensaje sacrosanto ante la hecatombe proveniente de todos aquellos que se atrevan a no pensar como ellos. Es un viejo juego, rayano en la exageración y el despropósito, pero al fin y al cabo parte ineludible del trámite culebrero o al menos ondulante de la democracia menuda. Nadie ha de sorprenderse, por tanto, con la actitud asumida por quienes han visto en las dichas objeciones el diablo hecho hombre. Normal. Un eslabón más en la insensatez, ya de lustros, de archivar el consenso como factor inestimable de la alta política dirigida a obtener los propósitos nacionales comunes.

En tanto, sorprendió que en la imagen fotográfica de los miembros conspicuos de la oposición en el evento de réplica de las objeciones, bajo la escultura extraordinaria de Rafael Núñez en las escalinatas del Congreso, es decir, en el patio neoclásico en que el país rinde homenaje al Regenerador y forjador de la unidad nacional -que tanto les molesta-, se hubiera sacado de taquito, asimismo, al excandidato presidencial y senador que los representó en las pasadas elecciones, con un saldo en las urnas que a decir verdad fue un registro histórico en los anales izquierdistas del país. Ese concepto de la democracia donde las mayorías son secundarias, lo que por desgracia parece una costumbre inveterada desde el fallido plebiscito, fue pues la nota predominante al asumir esa conducta.

Pero después vino lo peor: la excusa de que la citación al excandidato y senador, para la imagen a ser televisada en horario triple A, no había llegado a su destino ¡por algún problema de “whatsapp”! Una justificación tan baladí como la estrepitosa pérdida en el correo internacional de la solicitud de pruebas para la extradición de “Santrich”. No obstante, ya la opinión pública está de sobremanera enterada, y la fotografía vuelve a comprobarlo, de que para ellos Gustavo Petro está en la mala, lo que no es un descubrimiento. Por supuesto, no por ningunearlo de repente van a borrar con el codo la coalición de hace apenas unos meses y de la que tanto se habían enorgullecido. Y no se dice esto, claro, por defender a Petro, sino porque, sea lo que sea, eso de las actitudes vergonzantes hace parte sustancial de la descomposición de la política colombiana y una de las calamidades a cambiar.            

En fin, después vino el lugar común y comenzó la escandola. Como gran cosa adujeron en la réplica, que se venía un “choque de trenes”, sin haber choque ni haber trenes, sino apenas el curso normal de las instituciones. Simplemente, el Presidente presentó al Congreso seis objeciones por inconveniencia, de un estatuto de 159 artículos, fruto de sus facultades constitucionales y del trámite de las leyes como está establecido desde 1843 y en cada una de las constituciones hasta 1991, además casi en términos idénticos. Luego trataron de decir que el Primer Mandatario confundía las objeciones por inconveniencia con las de inconstitucionalidad, sin reparar en modo alguno en que es perfectamente válido, y hasta obligatorio, motivar jurídicamente la inconveniencia política. Y, como si fuera poco, más adelante llegaron a decir que venía el cataclismo, que de paso así intentaron fomentar, porque se trataba de “hacer trizas la paz”.

Así las cosas, no hubo allí nada diferente de la oposición por la oposición. De hecho, las objeciones presidenciales no son siquiera un ápice de lo que hizo, en su sabiduría, la Corte Constitucional en su momento al declarar inexequible parte fundamental del Acto Legislativo matriz de la justicia transicional acordada en el convenio del Colón. Esto, mucho después de la entrega de las armas por parte de las Farc y ya con los desmovilizados en trance de Congreso. Nadie habló entonces contra la Corte Constitucional y mucho menos en los términos, casi temerarios, que hoy lo hacen contra el Ejecutivo, ni tampoco se adujo ningún tipo de perfidia o traición.

Lo que bien funciona en una democracia sana y lo que mejor se aconseja para una paz estable y duradera es cambiar la polémica ditirámbica y estéril por el debate sesudo y atinado, aun en medio de las discrepancias naturales. Una cosa es oponerse por oponerse y otra muy distinta es pasar del disenso al consenso, que es la regla de oro de todo sistema democrático.