Lo religioso como experiencia | El Nuevo Siglo
Viernes, 16 de Abril de 2021

Se quejan algunas personas, y con razón, de la dimensión excesivamente discursiva de la cuestión religiosa en la tradición católica. En otras palabras, la experiencia que se ha ofrecido en este campo a la gran mayoría de los miembros de la Iglesia, tiene que ver con lecturas, sermones, muchas palabras, discursos, etc. De hecho, la actividad predicadora y escritora de la Iglesia ocupa horas y volúmenes sin fin. Es parte de su tarea docente. Pero se extraña fuertemente una propuesta generalizada, porque existe en ciertos sectores, de lo religioso o lo espiritual como experiencia que toque las fibras más hondas de todo ser humano que se sumerja en ella.

En mi humilde opinión, ha sido esta la vía por la cual han entrado no pocas de las nuevas, aunque ya no tanto, pero en número creciente, comunidades cristianas a nuestra sociedad, y también otras experiencias posiblemente religiosas en algún sentido. No hay novedad alguna en afirmar que el hombre y la mujer de hoy se definen como seres sensibles, amantes de experiencias, ajenos a los grandes relatos, que, esencialmente, les complace sentir,

En realidad, en la tradición católica han existido y existen muchas experiencias y esfuerzos por darle una mayor cabida a lo experiencial en la vida espiritual de sus fieles. Dos han sido notables en las últimas décadas, al menos en Bogotá: el movimiento carismático, promovido fuertemente desde El Minuto de Dios, y Emaús, que tantas conversiones profundas ha suscitado. Y de un modo menos visible, pero igual de importante es la vida al interno de las comunidades contemplativas y orantes de la Iglesia. Pero hace falta que esto sea más universal. Este plantear lo religioso como experiencia y no solo como discurso conlleva tener maestros en este quehacer que puedan inducir la experiencia totalizante, pero también con un contenido acorde con la Palabra de Dios. Si se quedaran solo en momentos emotivos, no sería garantía de nada duradero y mucho menos de una conversión radical al Dios de la vida. Quizás este es el gran temor y escepticismo que lo espiritual como experiencia cause a nivel de los pastores y doctores de la Iglesia.

Quizás el campo más a la vista, donde lo religioso y espiritual como experiencia viva deben ser fáciles de apropiar, sería el de la liturgia católica. El espanto o jartera que, a muchos, especialmente niños y jóvenes, les causa la misa, tiene bastante que ver con lo dicho: cúmulo de palabras, pero no se logra siempre crear un vínculo que introduzca de lleno a las personas en una experiencia novedosa, atractiva y comprometedora para su diario vivir. No pienso que las personas sean del todo esquivas a lo religioso si viene bien planteado en sus dimensiones discursivas, experienciales, simbólicas. Por lo demás, una puesta en escena de lo espiritual, como se debe, es una oportunidad de darles a todas las personas la posibilidad de una experiencia frecuente de silencio -más importante que la tal resiliencia-, oración, encuentro con Dios y con ellas mismas, para construir mejores seres humanos e hijos de Dios santos, que no hay hombre o mujer más alto ni más grande.