Vivir los valores cristianos | El Nuevo Siglo
Domingo, 21 de Abril de 2019
  • El mensaje profundo de la Semana Santa
  • Reflexión como preludio de reconciliación

 

 

La culminación hoy de las celebraciones de la Semana Mayor constituye un reto de marca mayor para todos los católicos. En las liturgias y mensajes apostólicos a lo largo de los días santos se insistió a la feligresía sobre la necesidad de renovar la forma de vivir y sentir la fe, sobre todo en cuanto a su aplicación en el día a día. Tanto el papa Francisco como todos los cardenales, obispos, sacerdotes, diáconos y demás instancias eclesiásticas fueron enfáticos en que la reflexión espiritual a que invita la Semana Santa no se acaba al terminar cada misa, rito, procesión, hora de oración y demás actividades propias de esta época especial.

Por el contrario, el mensaje más generalizado fue la invitación a que los valores del cristianismo deben ser vivenciales y para ello la primera característica a cumplir es el absoluto convencimiento de cómo estos nos hacen mejores seres humanos en el campo individual, familiar y social. Esa invitación a la humildad, la solidaridad, el amor por el prójimo y a hacer el bien debe aterrizarse en las actividades rutinarias de cada persona, de forma tal que sirvan de ejemplo multiplicador en un colectivo en donde, lamentablemente, el triunfalismo material, el egoísmo, el individualismo y la cultura de la trampa están haciendo carrera.

Desde el Vaticano, el Pontífice envió no pocos mensajes al respecto, derivando de cada celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo una enseñanza y un mandato a los fieles católicos para ser aplicado en todas las decisiones que deben tomar en los más diversos campos vitales. Por ejemplo, de las palabras de Jesús en la Última Cena, en especial cuando pide a su Padre que le glorifique, el papa Francisco explicó que esa “gloria” que solicitó no es aquella dirigida a la exaltación individual sino, por el contrario, a la gloria entendida como el poder de salvación de y hacia los demás. “La verdadera gloria es la gloria del amor, porque es la única que da vida al mundo. Por supuesto, esta gloria es lo contrario de la gloria mundana, que llega cuando uno es admirado, alabado, aclamado: cuando yo soy el centro de la atención. La gloria de Dios, en cambio, es paradójica: no hay aplausos ni audiencia. En el centro no está el yo, sino el otro: de hecho, en la Pascua vemos que el Padre glorifica al Hijo, mientras que el Hijo glorifica al Padre. Ninguno se glorifica a sí mismo. Hoy nosotros podemos preguntarnos: “¿Para qué gloria vivo? ¿La mía o la de Dios? ¿Solo quiero recibir de otros o también dar a otros?”, ahondó el máximo jerarca de la Iglesia Católica.

No menos importante fue la reflexión que hizo el Papa frente al miedo y angustia que alcanzó a sentir Jesús en el huerto de Getsemaní. De ese episodio bíblico el Pontífice derivó que los católicos aún en los momentos más críticos no están solos y siempre pueden acudir a la oración a Dios, porque esta proporciona alivio, confianza y consuelo. “Nosotros, en cambio, en nuestros Getsemaníes a menudo elegimos quedarnos solos en lugar de decir Padre y confiarnos a Él… Pero cuando en la prueba nos encerramos en nosotros mismos, excavamos un túnel interior, un doloroso camino introvertido que tiene una sola dirección: cada vez más abajo en nosotros mismos. El mayor problema no es el dolor, sino cómo se trata. La soledad no ofrece salidas; la oración, sí, porque es relación, es confianza”.

Ya a nivel local, el mensaje de la Conferencia Episcopal Colombiana en torno a cómo vivir los días santos también recalcó en la necesidad de reflexionar para cambiar los modos de proceder que no se corresponden con los valores de los católicos. En ese sentido la reflexión no es un ejercicio teórico. “… No bastan cambios superficiales, no alcanza participar de ritos o celebraciones. Estamos llamados a cambiar el corazón, a hacer nueva nuestra mentalidad”. Para lograrlo hay que experimentar momentos que son fundamentales, como los del silencio para escuchar y entender el sentido profundo de la palabra de Dios; la reflexión para saber en qué se está fallando individualmente; y la reconciliación en el sentido de rectificar el camino y volver por los senderos del buen cristiano.

Como se dijo al comienzo, la celebración hoy del Domingo de Resurrección más que una culminación de la época más vivencial de los ritos católicos, marca el inicio del desafío a cada quien para que aplique de forma decidida y convencida los valores más caros del cristianismo y haga de sí mismo y de quienes lo rodean mejores personas. Ese es el reto.