100 años de Álvaro Gómez | El Nuevo Siglo
Lunes, 6 de Mayo de 2019
  • Del relativismo a las convicciones
  • Un siglo en que triunfaron las ideas

Álvaro Gómez Hurtado nació hace cien años, el 8 de mayo de 1919, justo al mismo tiempo en que germinó el llamado mundo moderno. En efecto, fue a tres semanas de nacido cuando a raíz de unas fotografías tomadas a un eclipse, en la isla del Príncipe, pudo comprobarse fehacientemente la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, enunciada en 1905, según la cual el espacio y el tiempo son términos relativos y por lo tanto la realidad no puede verse ni medirse en términos absolutos.

A partir de ese 29 de mayo de 1919, en que se constató la Teoría de la Relatividad, se expandió pues la idea, rápidamente popularizada, de que al igual que en los fenómenos físicos todo era relativo en las demás disciplinas. Como no había términos absolutos en el tiempo y en el espacio tampoco podía haberlos frente al conocimiento humano, la moral, la filosofía, la política, los valores y en general las diferentes ramas del saber. Es decir, según bien lo dice Paul Johnson en su historia de los “Tiempos Modernos”, se confundió relatividad con relativismo.

Del mismo modo entraron a colaborar de inmediato nuevas teorías desde otros flancos como el psicoanálisis y el surrealismo, y muchas expresiones más, igualmente teniendo de base interpretaciones inéditas de las realidades circundantes. Era pues una manifestación de un nuevo orden, emergido de la Física, pero súbitamente trasladado a todo el espectro del pensamiento y del espíritu, sustentado además en ese universo del relativismo ante el cual inclusive el mismo Einstein reaccionó. Con ello se intentaron cambiar las ideas de bien y mal, hasta entonces en vigor, y germinó por decirlo así una sociología de lo onírico y subyacente, hasta llegar a lo sicodélico en los años 60, frente a lo categórico y palpable. De manera que de alguna forma esa fue la consigna que copó la vanguardia del pensamiento del siglo XX: todo es relativo. Y que fue en buena medida contra lo que Álvaro Gómez se rebeló en sus 76 años de existencia, puesto que una formulación mental así, donde todo da lo mismo, no se podía acoplar ni a su temperamento ni a su forma de ver y entender la vida. Esa fue, en suma, su actividad funcional y esa en síntesis fue su victoria, porque si bien se proclamó tolerante frente a las ideas de los demás, jamás cedió al pluralismo, o sea, ese escenario donde no hay contrastes y razonar o dejar de hacerlo da igual.

Por eso también puede decirse que Álvaro Gómez nació del lado conservador de los tiempos contemporáneos, ya que asimismo optó por dudar, desde que tuvo consciencia, de todo aquello que le parecía artificioso y forzado. Es decir, antinatural. En ese sentido, creía más en desentrañar la naturaleza de las cosas que en buscar una definición ajena a los elementos verídicos. Y en esa vía también era esencialmente conservador porque creía más en la riqueza de la experiencia que en la incertidumbre de la experimentación y el aventurerismo. Desde el comienzo, entonces, y no como pudiera creerse por herencia o cualquiera otra categorización, se dio a la tarea de formularse una cosmovisión a partir de un aparato intelectual propio que alimentó su espíritu hasta el último día y que se le convirtió en el acicate estético para poder vivir a plenitud. Lo que podría definirse, en su léxico, como una vida con talante. Y de ahí se deriva, naturalmente, toda esa manera formidable de entender el mundo que le tocó vivir, las incontables ideas para hacer del suyo un país mejor y el pensamiento auténtico que animó su trayectoria política, periodística y cultural.

 Aunque ciertamente reclamó varias veces la oportunidad de administrar el Estado desde la presidencia, no fue en él la adquisición de ninguna posición burocrática lo que lo movía. Es más, en esas gestas casi siempre supo de antemano que no iba a ganar, lo que no lo desestimulaba un ápice ni desmedraba su fino humor. Era en cambio la movilización de las ideas, en el escenario que tuviera a la mano, lo que en verdad comprometía su espíritu. Efectivamente, Álvaro Gómez prefería perder una campaña antes que feriar sus nociones en el carrusel de los compromisos porque la política era, para él, una plataforma para poner a prueba las convicciones y no simplemente el teatro para conquistar preeminencias. Solía decir que era mejor quedarse solo antes que recurrir a ese expediente del pragmatismo, tan común en los políticos colombianos, por el simple prurito de hacerse elegir y caer en la vanidad de por ello creerse por encima de los demás o lograr alamares adicionales. Al contrario, para él las personas tenían o no peso específico y era eso y solo eso, ya fuera desde el académico más encopetado al campesino más humilde, lo que realmente encarnaba la diferencia.

Precisamente fue a partir de la creatividad y la insistencia en sus ideas, ya en campaña, ya fuera de ella, bien desde su curul, bien desde su tribuna periodística, ora en la universidad, ora en la Constituyente, aun en el exilio, aun desde el cautiverio, e incluso antes de ser asesinado impunemente por su denuncia contra el régimen de entonces, que en una u otra circunstancia el país terminó bebiendo en las canteras de su ideología personalísima y poderosa. Nunca cejó Álvaro Gómez en su combate intelectual contra la corrupción y en favor de la moral administrativa. Ante todo, fue un demócrata integral, afirmativo y reformador, logrando ampliar la democracia con la elección popular de alcaldes, determinando la concertación económica y social en la planeación obligatoria para el sector público e indicativa para el privado, y dedicando sus esfuerzos a la reforma de la justicia, con la creación de la Fiscalía General de la Nación y el Consejo de la Judicatura, hoy distorsionado. Anticipó el desarrollo sostenible, incluyendo la variable ecológica en sus propuestas económicas, pese a que lo tildaron de desarrollista. Y se opuso a un Estado paquidérmico y burocrático, pero animó su intervención concentrado en sus labores despojadas de la tramitología y siempre creyó que las fuerzas políticas podían llegar a acuerdos sin tener que pasar por el cedazo clientelista, ni personalista, como hoy pareciera estar a la orden del día. Todo ello, y mucho más, está contenido en la espléndida edición de varios volúmenes lograda bajo el auspicio de la Universidad Sergio Arboleda y que mañana será dada a conocer en un evento convocado por el presidente Iván Duque, quien fuera tanto alumno como monitor de su cátedra magistral.

A cien años de su natalicio, Álvaro Gómez sigue tan vigente como en vida. Frente al dilatado espectro del relativismo y luego el supuesto fin de la historia, proclamado con la caída del comunismo, nos enseñó que un mundo sin ideas y convicciones, además fundamentado en la transacción permanente, es un mundo sin energía, es decir, sumido en los “huecos negros” de las galaxias recién fotografiados. Y esa sigue siendo su gran lección para estas y las futuras generaciones.