100 años de Álvaro Gómez (II) | El Nuevo Siglo
Martes, 7 de Mayo de 2019
  • El talante conservador
  • Lo que va de Rousseau a Burke

 

 

En esta semana en que se cumplen 100 años del natalicio de Álvaro Gómez Hurtado y cuya figura fascinante es motivo de esta serie de editoriales, es válido intentar una aproximación a su visión auténtica y muy particular del conservatismo, así sea un poco a modo de esbozo y en medio del vértigo propio del periodismo. Porque es dentro del marco mental conservador donde es imposible dejar de inscribirlo, no solo a raíz de las enseñanzas paternas que apreció hasta sus últimos días, sino a partir de su propia concepción del mundo que, incluso más allá de la matrícula antedicha, lo pone como uno de los grandes intelectuales de las ideas políticas en el país.

Como es sabido, Álvaro Gómez solía sostener que en Colombia hay más conservatismo que partido. No era ello, en lo absoluto, una manera de ganar adeptos. Se trataba de un pensamiento sincero derivado de su experiencia y del conocimiento que tenía del pueblo colombiano. No en vano participó en un sinnúmero de campañas electorales, para el Congreso o la Presidencia; durante décadas figuró de jefe del Partido Conservador, o de uno de los sectores conocido como los doctrinarios o el “alvarismo”, o de exitosos intentos interpartidistas como el Movimiento de Salvación Nacional; y quizá sea todavía desconocido que tenía a flor de piel, uno a uno, los centenares de municipios que había visitado del país. Pero todo ello es operativo, solo como parte de la movilización de las ideas, que era lo que le interesaba.

“Si la cultura es el resultado del esfuerzo civilizador del hombre, siempre habrá mucho que conservar. Sobre todo, en tiempos carcomidos por la duda, como los actuales. Ahora más que nunca, se apreciará el inmenso valor social que significa ser conservadores”, sostenía en un editorial. Tal vez sea esa una admonición para los tiempos contemporáneos, cuando el conservatismo toma vuelo en diferentes países y en Colombia está en cambio disperso en múltiples personerías.

En todo caso, lo conservador en Álvaro Gómez se inscribía, en su sentido más amplio, dentro de la evolución de las ideas y en ese sentido llegó a la conclusión de que incluso se trataba de una de las constantes del temperamento humano. En ese orden de cosas, el conservatismo obedecía a un repertorio ideológico que, no por expresarse en épocas diferentes, determinaba una cadencia común y mantenía un hilo conductor temperamental a lo largo de las etapas históricas, es decir, una mezcla entre lo instintivo y lo racional. Era de allí, precisamente, de donde se derivaba un estado de ánimo conservador que llamaba “el talante”. Dicho de otro modo, una sensibilidad previa para asimilar, entender o rechazar las cosas a partir de una determinada concepción del mundo que asimismo permitía el cambio dentro de la tradición.

Hemos tocado aquí tal vez la palabra clave: evolución. Es decir, no revolución. Ciertamente, Álvaro Gómez fue anti revolucionario porque no creía en la aceleración de la historia como consecuencia de los cambios drásticos y violentos y daba prevalencia al carácter evolutivo de los fenómenos humanos y sociales, mucho más en un país como Colombia. “No hay tiempo para revoluciones, ni podemos desperdiciar energías en una lucha intestina innecesaria que esteriliza nuestra capacidad de transformación”, indicó en alguna de sus tantas conferencias.

  A nuestro juicio, aunque él nunca lo dijera así, estaba afiliado a la misma manera de ver las cosas que tenía Edmund Burke en contraposición de la Ilustración y la Revolución francesas. Un concepto según el cual el contrato social no es la sola suma de intereses particulares inter vivos con el propósito incierto del bienestar general, al estilo de lo dictaminado por J.J. Rousseau, sino un pacto de mucha mayor envergadura entre las generaciones, anteriores, presentes y futuras, con base en las responsabilidades colectivas inherentes al ser humano y cuyo fundamento es el bien común. La diferencia resulta primordial porque de allí surgen dos concepciones acaso contradictorias. Dentro del contrato social rousseauniano, la voluntad general del conglomerado se define y justifica a partir del conjunto amorfo de los intereses particulares sin tener en cuenta las conexiones intergeneracionales. En tanto, en el pensamiento burkeano el contrato social solo es realizable dentro de la amplia trayectoria de las generaciones, de la asociación entre los muertos, los vivos y los por nacer, suscitando así una conducta previsiva por cuanto de aquella mancomunidad tácita se derivan obligaciones y solidaridades ineludibles que se asientan, por decirlo así, en la confianza humana de tracto sucesivo y que se oponen a una comprensión de la existencia dentro de la efímera temporalidad inmediata.    

Ambas visiones constituyen por tanto dos escalafones que también entrañan, de cuenta de las circunstancias disímiles antedichas, divergencias sustanciales con respecto a la idea del progreso. En el acumulado de intereses particulares el propósito constante es el de superar el índice económico precedente, sin un rumbo cierto, pero cuya cuantificación es aparentemente indicativa de los alcances de la felicidad humana de modo que en esa vía y a diferencia de Burke se comporta un sentido de progresión en lugar de progreso. En consecuencia, lo que se da es una especie de materialismo a ultranza en vez de un afianzamiento de lo humano, que es el propósito burkeano y lo que da identidad.

En uno de sus últimos editoriales, Álvaro Gómez sostuvo que “el problema actual de nuestra democracia es que el balance de los elementos que constituyen el equilibrio de la política está desquiciado. Los valores conservadores no tienen presencia en los escenarios donde se decide el manejo del país. Ese influjo nacional de lo tradicionalista que debe existir en toda sociedad organizada ha desaparecido en Colombia. Hay, sí, un amplio sentimiento conservador, gracias a lo cual el país no se ha desintegrado”.

Es una coincidencia, ciertamente, que al mismo tiempo de la celebración centenaria de su natalicio se cumplan, el próximo octubre, 175 años de la fundación del Partido Conservador colombiano. Vale pues volver por esos fueros para traer a cuento esta doctrina en la que Álvaro Gómez se destacó como pocos y fue artífice inolvidable hacia el futuro./JGU