CAN urge un sacudón | El Nuevo Siglo
Sábado, 25 de Mayo de 2019
  • 50 años sin una integración plena
  • Bloques más recientes la superan

 

 

En la geopolítica actual los bloques multinacionales son uno de los elementos más determinantes de las relaciones de poder, ya se trate de asuntos políticos, económicos, de seguridad y defensa, tránsito de personas y una muy amplia gama de temáticas. Esa es una de las marcas distintivas de la globalización que poco a poco ha ido difuminando las fronteras entre los países, que si bien conservan sus discrecionalidades y prerrogativas soberanas en cuanto a la inviolabilidad de su territorio y el principio de autodeterminación, no pueden abstraerse de una realidad inapelable: parte creciente de la interacción con el resto del globo se basa en acuerdos y reglas del juego de alcance trasnacional.

Al decir de no pocos tratadistas, Latinoamérica es uno de los subcontinentes más profusos en materia de pactos regionales, con la paradoja de que muchos de ellos tienen un alcance limitado a la mera voluntad política e incluso están marcados por las coyunturas geopolíticas, que tan pronto cambian de forma sustancial afectan la capacidad de convocatoria e incluso de sobrevivencia de esos bloques entre naciones. La mejor prueba de esto último es lo que ha pasado con algunos intentos de integración que, al haber sido cooptados por el auge del populismo de izquierda que años atrás se propagó por el continente, terminaron luego siendo inanes, como es el caso del ALBA, la Celac e incluso la Unasur, que hoy solo existe en el papel.

Tampoco le ha ido muy bien a los bloques regionales de índole económica, ya que la globalización de una parte importante de las reglas de comercio (incluso tuteladas por la Organización Mundial sectorial) ha terminado por debilitar los pactos entre países sobre la materia. Además de ello, los tratados de libre comercio (TLC) terminaron marcando la pauta en este aspecto. Tampoco han faltado los intentos de politización de estos esfuerzos de integración económica, con una obvia consecuencia negativa. Por ejemplo, en el caso latinoamericano la inclusión de Venezuela años atrás en el Mercosur, cuando la izquierda mandaba en varios países de esa parte del continente, con los años ha traído más problemas que beneficios. Incluso, cuando la derecha volvió a abrirse paso en las naciones originarias de este bloque, la presencia del régimen chavista, no sólo por la crisis económica en que este sumió a su país, sino por el perfil dictatorial de su gobierno, se ha tornado evidentemente incómoda.

Paradójicamente el bloque de más reciente creación, es decir la Alianza del Pacífico, es hoy por hoy el que registra más dinámica de intercambio real y tangible, a tal punto que a los cuatro países fundadores (Chile, Colombia, México y Perú) se quieren unir más de una veintena de naciones del continente y la cuenca del Pacífico, lo que constata su vocación de futuro.

Mañana, en Lima, se lleva a cabo una cumbre presidencial de los países miembros de la Comunidad Andina de Naciones (CAN). Los mandatarios de Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia (Venezuela hace años está por fuera) se reúnen para celebrar los 50 años de la firma del Acuerdo de Cartagena, tratado constitutivo del bloque. Asisten también los cancilleres y los ministros de Comercio Exterior de los cuatro países.

Si bien todos los gobiernos han insistido en que la CAN debe mantenerse y que las cifras del intercambio comercial interno y del bloque hacia otros países ponen de presente que el aparato subregional mantiene su fuerza, no se puede ocultar que éste lleva varias décadas sin poder consolidarse en la dimensión de que esperaba. Aunque la estructuración y vigencia de la normatividad andina se mantiene, hay realidades políticas, económicas, sociales e institucionales que la dejan ver como un esfuerzo de integración  débil y que va siempre un paso atrás.

La CAN necesita una reingeniería para frenar su lento marchitamiento. Una reingeniería que debe partir de la voluntad de los cuatro gobiernos que hoy la componen (con más de 110  millones de habitantes) para avanzar de forma rápida, moderna y eficiente en mecanismos de integración tan audaces como prácticos. No se pueden seguir dilatando procesos de estandarización e integración que llevan años tratando infructuosamente de aplicarse en el día a día, cuando otros bloques con menos trayectoria ya avanzaron sobre esos aspectos hace tiempo.

Así las cosas, la cumbre de mañana en Lima, más que celebrar los 50 años de uno de los esfuerzos de integración subregional más importantes en la historia continental, debe servir para hacer un análisis serio, objetivo y realista sobre la verdadera utilidad de la CAN y qué debe hacerse para que se consolide de una vez por todas. Si ello no ocurre, realmente habrá poco que festejar.