El nuevo centro de realidad | El Nuevo Siglo
Lunes, 27 de Mayo de 2019

El caso de la virtual huida del Fiscal exempleado del grupo Aval, la propia investigación al grupo Aval en Estados Unidos, el fracaso del ejecutivo en revivir la pugna con las Farc, el vano afán de cierto sector ganadero de arrasar con las protestas indígenas, los intentos de acabar con la justicia transicional (JEP), o de pasarse por la faja los acuerdos de La Habana, está sujeto de forma mas bien poco visible (para la mayoría) al ingreso de Colombia a la OCDE. Ingreso que no han logrado Argentina ni Brasil, entre otros. Es un nuevo centro de gravedad como en la era newtoniana. Gravita sobre los hechos, aunque los actores o incluso los comentaristas no lo perciban. O piensen que es un tema harto (es decir jarto) como decimos los bogotanos, algo que es mejor dejarlo a los especialistas.

Esa membresía inició una nueva era para Colombia que, lo repito, no ha sido asimilada ni poco ni mucho en los análisis sobre la inmediatez. Se lo dejan si acaso a los economistas, como si se tratara de un algoritmo esotérico. Con la OCDE, se abre el ingreso preferencial de los capitales internacionales. Capitales que escogen lugares seguros, es decir sujetos a unas reglas del juego claras y firmes, que no queden al arbitrio de cualquier político tropical el modificar a su antojo. Es membresía de Estado no de gobiernos, para resumir.

Otorga un sin número de ventajas (dentro del modelo capitalista claro está), pero exige unos compromisos. Sin ellos los capitales no entran a competir en un país en el cual un sector bancario tenga Fiscal ad-hoc, o en el que los sectores lunáticos de la derecha o de la izquierda puedan sustituir al Banco Central, en el que se asesinen a los trabajadores sindicalizados, o en el que no se sancionen los crímenes contra los derechos humanos, o se pueda revivir una guerra alegando el respeto a la moral pública. Es decir, se crean mecanismos de Estado para hacer ilícito que un sector imponga sus intereses con la consigna “el estado de derecho soy yo” tipo ex fiscal. O “el pueblo soy yo” tipo Maduro. O el “usted no sabe quién soy yo” del clientelismo consuetudinario.

Al pertenecer a un club, el nuevo socio debe cumplir unas reglas mínimas. Por ejemplo, si en su tradición existe el canibalismo hará bien en disimularlo. Deberá mitigar sus demostraciones románticas con las esposas o esposos de los demás socios, al menos en público. Y no podrá estimular a las fuerzas armadas a asesinar a los reclutas para redondear la mensualidad de los oficiales. Es natural que algunos (de derecha o de izquierda) consideren esto una intolerable intromisión en nuestra dieta carnívora, en nuestra sana tradición de violencia interna, o en sus ganancias semi-monopólicas. Pero es el precio que ya Colombia pagó. Y ese pago, ese nuevo estatus de socio, exige un comportamiento sujeto a normas ya firmadas. Y sería bueno darnos por enterados.