¿Qué hago para creerle? (I) | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Mayo de 2019

Hace algunos años, un amigo de la familia nos informó que el grupo de Carlos Castaño había resuelto neutralizar a mi hermano Álvaro, y que el sicario ya estaba en Costa Rica. Así las cosas, como tengo algo de osado, le comuniqué a mis hermanos que creía poder llegarle Castaño para convencerlo del error que estaban cometiendo. Yo tenía amigos en Cartagena que me podrían ayudar y en menos de medio día ya estaba todo arreglado. Tenía que llegar al Dorado a las seis de la mañana siguiente para volar a Montería, y cuando me baje del carro me saludaron dos señores que ya habían sacado mi pasabordo, pero para Medellín.

Ya en Medellín me llevaron a un estupendo hotel en el Poblado donde conversamos de todo, sin importancia. Después de más de una hora me dijeron que ya había llegado el carro de Castaño, y arrancamos hacia las selvas antioqueñas (Nare). Claro que yo estaba asustado, la noche anterior Álvaro me llamó para decirme que ya sabía lo que iba a hacer y que no lo autorizaba: “allá, a un Leyva Durán lo matan antes de hablar.” Aunque yo sabía lo que estaba haciendo: como Católico practicante estoy listo para: vivir y morir, y la causa valía la pena.

Después de algunas horas nos detuvimos en un caserío en el filo de una montaña y pude ver que detrás venía una caravana larguísima de vehículos y que de estos se bajaron muchos personajes para recibir chalecos antibala (a mi no me dieron): entonces intensifiqué mis oraciones. Poco después llegamos a un pequeño altillo redondo -de unos quince metros de diámetro, con una mesa rustica en el centro, con sus respectivas butacas, y una pequeña cabaña a un extremo- y Carlos Castaño caminó hacia mí para saludarme: “bienvenido Profesor”, y yo le agradecí que me hubiera recibido y le di una caja de dulces “Carotas”, que le había traído.

Nos sentamos en la mesita -había un “soldado” con un fusil, recostado en la casita- y, sin formalismos, Castaño me preguntó si fue correcto que Bolívar hubiera recibido plata de los ingleses: dándome en la vena del gusto, por mi pasión por la historia hablé como loco, hasta el sancocho. Después me dijo “sé a qué vino pero ya es tarde,  la decisión la tomaron los comandantes sin mí a lo que contesté ¿entonces a ustedes no les interesa la paz? y mecánicamente me refutó: “yo no me mamo un congreso de guerrilleros” y le respondí, con igual vehemencia: “yo tampoco”, y le expliqué qué: “la paz, que promueve mi hermano se negocia con prudencia y sin prejuicios, dentro de parámetros que garanticen tranquilidad, estabilidad y prosperidad para  todos, en un Estado social de derecho, una economía social de mercado y el bien común según la Doctrina Social Católica: partiendo de la solidaridad sin vencedores ni vencidos”. Inmediatamente cortó mi exposición preguntando: “¿entonces su hermano es el que va a salvar al partido conservador? Y yo le respondí, emocionado: “Claro que si…” Después me preguntó: Profesor ¿qué hago para creerle?...