Desbordamiento | El Nuevo Siglo
Jueves, 14 de Mayo de 2020

En medio de la pandemia, las autoridades nacionales y locales hacen lo que pueden. Lo mejor dentro de lo posible. Emiten todo tipo de órdenes, disposiciones y directrices pensando en el bien común y en evitar la expansión de la enfermedad. Las órdenes son muy variadas: pico y placa inteligente, pico y cédula, pico y género, tapabocas obligatorio, horario para ejercicio, horario para los niños, confinamiento para los mayores, límites de velocidad… hasta toque de queda.

El problema es que cada vez más personas las desobedecen. Se advierte, entonces, que se apelará al castigo por los incumplimientos, pero hay una insensibilización creciente y las penalizaciones importan menos después del largo aislamiento. Además, ¿hay suficientes autoridades de policía para hacerlas cumplir? La gente cree, de manera simplista, que el vencimiento de los plazos dados por los gobernantes para culminar la cuarentena, equivalen al fin de la pandemia y como se agotan las reservas anímicas y económicas para soportar un encierro de tantos días, sencillamente se opta por el “se obedece pero no se cumple”.  

Después de unas semanas, el encierro convierte las casas en celdas, con prisioneros a punto de desbordarse. Y las fechas de cada prórroga son distractores de la gravedad de la pandemia. Inducen sutilmente a la esperanza de una pronta recuperación.

Hasta ahora, el mayor factor de disuasión ha sido el miedo al contagio, a la enfermedad y a la muerte. Pero tiene sus límites. Con el pasar de los días es evidente la imposibilidad de castigar a todos los infractores, y cada violación visible es una demostración pública de impunidad, que estimula más infracciones y mina la capacidad de la autoridad para dictar medidas efectivas y recuperar así la normalidad.

El desfile de las personas que se lanzaron sin tapabocas a la calle, tan pronto se dio el permiso de salir a algunos sectores, fue un desafío abierto a la autoridad. Ojalá no signifique un desprecio absoluto de sus órdenes, para que los ciudadanos decidan cuáles medidas cumplir y en cuáles colocar sus necesidades inmediatas por encima del bien general.

Las autoridades necesitan el respaldo de los gobernados. No basta el acatamiento aparente de sus órdenes que enfrente a la comunidad con sus personeros, porque no hay orden social posible si la autoridad manda sabiendo que no le van a obedecer, y las personas escuchan las órdenes sabiendo que no las van a cumplir.

El país camina por el filo de un despeñadero si no restablece el respeto por la ley. ¿Qué pasará cuando el hambre, la desesperación o la incitación lancen la gente a las calles?

El colapso de las represas más sólidas comienza por la pequeña grieta por donde se filtra una gota de agua. Los desafíos que significan descuidar los síntomas de un contagio, abren un escape peligroso que merece la máxima atención. Y es dramático que una gran cantidad de personas cometan la imprudencia de atentar contra su salud, poniendo en riesgo su vida y la de los demás.

¿Cuáles serán las consecuencias de esta reapertura gradual si amenaza desbordarse por la desobediencia ciudadana?

La disciplina se está convirtiendo en sinónimo de supervivencia.