¿Un Congreso desconectado? | El Nuevo Siglo
Sábado, 5 de Junio de 2021

Tensión entre representación y representatividad

La constante evasiva a reformarse de fondo

 

Como es un decir de muchos políticos colombianos, de hecho, casi de modo maquinal y costumbrista: el Congreso es el templo de la democracia. En efecto, los que suelen utilizar esta máxima grandilocuente, profundamente enraizada en la retórica “veintijuliera” de nuestro país, quisieran significar al menos dos cosas. De una parte, que es en el hemiciclo parlamentario donde radica el núcleo inamovible del sistema democrático y, de otra, que por fuera del recinto no hay expresiones de la democracia que puedan llegar al mismo nivel.

Esa idea nace, ciertamente, de que el Congreso goza de una legitimidad indiscutible, proveniente de la representación otorgada por los votantes en las urnas cada cuatro años. Nadie objeta, desde luego, que esto sea así de manera formal. Pero con el pasar del tiempo, y a raíz de los nuevos elementos tecnológicos que han irrumpido tan crucialmente en el mundo contemporáneo, los mecanismos de representación parlamentaria se han quedado en cierta medida obsoletos, hundidos en el pretérito. Y por eso los parlamentarios parecieran ir siempre a la zaga del tiempo real del cual hoy es imposible abstraerse. Bajo esa perspectiva, si bien los congresistas gozan de la representación democrática, nacida de las urnas, no así de la representatividad política que se obtiene de abocar el estudio y la solución pronta a los fenómenos sociales telúricos que surgen cada vez con mayor celeridad. A decir verdad, no solo en Colombia, sino en el mundo.   

De allí, efectivamente, la sensación irredimible de que el Congreso es una entidad extemporánea que llega tarde a discutir y dar soluciones a los problemas colombianos; un organismo asincrónico que no logra sintonizarse con las necesidades inmediatas de la ciudadanía y que sobrevive ajeno a las realidades vertiginosas del ámbito circundante, cuando todo cobra apremio. Inclusive, ante las evasivas recurrentes a cumplir con su función legislativa, en múltiples ocasiones la Corte Constitucional le ha pedido que ejerza sus atribuciones y legisle sobre determinadas materias, cualquiera sea la decisión que se tome al respecto, porque en el hemiciclo suelen salirse por la tangente con cualquier argucia reglamentaria o la modorra operativa. Lo cual, por supuesto, ha creado un desgaste muy nocivo en la estructura y funcionalidad de la democracia colombiana.

En ocasiones, claro está, se legisla y en otras se da curso al control político, aunque a veces apenas como un recurso táctico en procura de hacer proselitismo a través de la moción de censura. Lo cierto, en todo caso y por desgracia, es que el Congreso suele situarse a la vera del camino, sobre todo en etapas de grandes transformaciones sociales como las actuales cuando, por el contrario, se requeriría de su presencia más activa y determinante. No es solo, pues, que exista tensión entre representación y representatividad democráticas, sino que por su propia cuenta el Congreso ha optado por el aislamiento ante los retos nacionales impostergables. Como ocurrió, por otras circunstancias, en las etapas previas a la Constituyente de 1991, una de cuyas motivaciones fue precisamente la decadencia de la actividad parlamentaria ante lo cual los jóvenes de entonces reaccionaron decisivamente.

En ese sentido, no es solo con proyectos normativos que obliguen a unas semanas más de sesiones, a fin de justificar el voluminoso salario, como se puede recuperar la dinámica esencial que debería tener la máxima corporación pública como aliciente de una democracia sana y transparente. Ya está más que sabido que muy pocas han sido las señales o, como se diría ahora, la empatía que se ha tenido en el hemiciclo frente a la tragedia social y económica surgida por la crisis del coronavirus. Ninguna de las fórmulas prácticas y sencillas en ese propósito simbólico, reduciéndose el salario o donando los emolumentos para los más vulnerables, pudo salir avante. Y tal vez sea en parte por esto que las redes sociales sigan tan activas contra todo lo que allí ocurre.

Aun así, por todo lo que representa como institución primordial en el país, el Congreso debería encontrar la forma de redimirse. De suyo, no deja de sorprender que muy poco o nada se haya adelantado la reforma política exigida, tanto explícita como implícitamente, desde todos los rincones de Colombia, aun con más estruendo en las últimas semanas. Y eso es demostrativo de cuán lejos está el hemiciclo de ser el “templo de la democracia”, así muchos allí crean lo contrario.