Ecos de una cumbre | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Junio de 2021
  • Biden y Putin se remarcaron diferencias
  • Mantener tensión en márgenes potables

La cumbre del pasado miércoles entre los presidentes de Estados Unidos, Joe Biden, y de Rusia, Vladimir Putin, ha tenido múltiples interpretaciones. Para algunos analistas internacionales la reunión de los mandatarios de las dos potencias tuvo más expectativa y antesala que resultados concretos.

De hecho hay quienes consideran que el regreso de los respectivos embajadores a Washington y Moscú, la posibilidad de avanzar en algún intercambio de prisioneros así como el acuerdo verbal en torno a coordinar el trabajo sobre ciberseguridad, termina siendo un balance pobre e insuficiente. Incluso algunos expertos no dudan en señalar que la foto del apretón de manos de los titulares de la Casa Blanca y el Kremlin pierde significado si se tiene en cuenta que el dirigente ruso ya ha tratado con cinco jefes de Estado norteamericanos en su largo periodo en el poder. Por último, traen a colación que ni siquiera pudieron dar una rueda de prensa conjunta y que en las individuales uno y otro, con un lenguaje en tono político y diplomático, se ratificaron las advertencias mutuas.

Sin embargo, hay otras ópticas sobre las implicaciones de esta cumbre en Ginebra. Varios internacionalistas y observadores calificados sostienen que constituye un error subdimensionar los resultados del encuentro. Aducen en primer término que la realidad geopolítica señalaba claramente que Putin y Biden tienen agendas contrapuestas en muchos asuntos de primer orden global e interno, razón por la cual era demasiado optimista -e incluso algo ingenuo- esperar que tras sentarse a la mesa tres horas y media esas grandes diferencias quedaran superadas o, más complicado aún, alguna de las partes cediera en sus tesis.

La cuestión ucraniana, el rol de la OTAN, la presunta injerencia rusa en los comicios estadounidenses, los ciberataques a empresas en Norteamérica, el caso del opositor Alexéi Navalni, la cuestión nuclear, el pulso de influencia de ambas potencias en Europa o los puntos muertos por los vetos de lado y lado a las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU en casos como los de Siria, Corea del Norte o Afganistán… En esos temas y otros tantos de primer nivel, como por ejemplo la carrera espacial o el plan de contingencia contra la pandemia, es claro que los dos gobiernos llegaron a la cumbre en Suiza con el objetivo claro de remarcar posiciones y políticas, y no de negociar un acuerdo al respecto o buscar un punto medio.

En ese orden de ideas, lo que debe valorarse de lo ocurrido esta semana es la disposición de Biden y Putin de aceptar sentarse a la mesa, hablar tranquila pero firmemente de sus posturas e intereses, reafirmar las líneas rojas que cada mandatario cree que el otro no debe sobrepasar e incluso ratificar ultimátum y advertencias de sanciones por esto o aquello. Lo hicieron a la vista de toda la comunidad internacional, validando la importancia del diálogo, el respeto estratégico por la diferencia geopolítica y la utilidad de los encuentros directos. También fue claro que desactivaron en parte el clima de tensión creciente por más de cinco meses de graves acusaciones de lado y lado, con términos de mucho calibre y carga ofensiva y desafiante.

Precisamente es por esa antesala crítica que la reunión del miércoles cobró mayor importancia, sobre todo en un mundo en donde las conflagraciones bélicas de alta, media y baja intensidad continúan extendiéndose, y se pasa de los desencuentros políticos e ideológicos muy rápida y peligrosamente a la instancia de la amenaza y la agresión.

Incluso si se adopta la tesis de que tanto Washington como Moscú acuden al discurso del multilateralismo, pero uno en el que su influencia sea superlativa, resulta una señal muy positiva que los líderes de ambas potencias se hablen de frente, señalen sus respectivas contradicciones y consideren que por más desacuerdo que tengan es “positivo” tranquilizar la relación en cuanto a tono y disposición de analizar los temas más álgidos.

Más allá del dilema en torno a si existe hoy una ‘Guerra fría’ de baja intensidad entre Estados Unidos y Rusia, o incluso si es Pekín y no Moscú la principal contraparte de la Casa Blanca, lo cierto es que la cumbre de esta semana en Ginebra dejó una lección aprendida trascendental: la importancia radical de mantener el pulso geopolítico dentro de los cánones normales de tensión y competencia de potencias, aminorando el riesgo de que de la discordia se pase a una instancia más crítica y peligrosa. Y ese objetivo es fundamental para todo el planeta.