El dilema mexicano | El Nuevo Siglo
Sábado, 30 de Junio de 2018
  • La corrupción y violencia campean
  • López Obrador y el castro-chavismo

 

Todo indica que el dirigente de izquierda, al que apoya una variopinta de partidos, Andrés Manuel López Obrador será el ganador de las elecciones presidenciales mañana en México. Incluso en algunas de las últimas encuestas supera el 50 por ciento de la intención de voto, en tanto candidatos como Ricardo Anaya figuran con el 27 por ciento y José Antonio Meade con 21 por ciento. Vista esa diferencia del puntero con sus perseguidores resulta casi improbale que “AMLO” -como lo llaman en su país - pierda en las urnas. Además, sus dos rivales han estado salpicados por una cadena de escándalos y controversias por casos de corrupción de ellos mismos o de sus cuadros altos y medios. Gran parte del tiempo que deberían utilizar para atraer al electorado a sus propuestas, lo han destinado a dar explicaciones sobre las acusaciones.

Aparte de ello, pese a la intensidad de la campaña electoral los medios de comunicación dedican la mayor parte de su información a los crímenes que cometen a diario las mafias, ligadas en no pocos y escandalosos casos a la política local y regional. Los mexicanos quieren un cambio a como dé lugar y si ello implica virar a la izquierda, parecen dispuestos a hacerlo, así muchos no tengan claras las implicaciones de un cambio político tan drástico.

Como preludio de su posible victoria hoy, López Obrador cerró su campaña esta semana en una masiva  concentración en el estadio Azteca, rodeado de artistas y aliados políticos de múltiples sectores. Allí el tres  veces candidato presidencial dijo que esta vez sí tenía garantizada su victoria, debido al amplio apoyo popular que ha recibido en todo el país y porque encarna el cambio que están buscando sus compatriotas para superar la violencia, corrupción y crisis económica. El optimismo es tal que sus copartidarios dicen que sólo un megafraude le quitaría la Presidencia. Es más, ya hay un ambiente festivo desde hace algunos días en su campaña y seguidores celebrando de manera anticipada.

Es claro que el discurso de López Obrador impacta en un país signado por distintas problemáticas. Sus diatribas contra la injusticia social, la ‘artillería pesada’ discursiva contra el monopolio del poder en cabeza de grupos económicos ligados al desgastado PRI, así como sus posturas en torno a que él sí defenderá los intereses y la dignidad de México ante Estados Unidos y el imperativo gobierno de Donald Trump han calado en una parte importante de la opinión pública. El aspirante izquierdista recalca que el potencial del país y su riqueza son suficientes para repotenciar la economía, al tiempo que promete que se rodeará de los mejores para alcanzar ese objetivo primordial.

Los analistas consideran que este infatigable opositor a los gobiernos de centro y derecha de México en las últimas dos décadas, ha tenido, sin embargo, que morigerar su discurso en las últimas semanas en busca de atraer los votos de muchos sectores que desconfían de su tendencia al populismo en muchos aspectos. Es claro que sus propuestas generan expectativas en la población marginal y los millones que quieren salir de la miseria y la exclusión, sin tener aún claro si esas promesas les serán cumplidas.

Aunque muchos escépticos apenas suelen anotar que más que un cambio político de fondo lo que pasará en México es que una nueva clase política, esta vez de izquierda, se subirá a los carros oficiales, la pregunta que se hacen los que conocen mejor la política mexicana es una sola: ¿hasta dónde llegará López Obrador en sus reformas? La experiencia del castro-chavismo en varias naciones latinoamericanas ha sido desastrosa. Copiarla sería un suicidio a corto plazo para los mexicanos. No hay que olvidar que en gran parte el atraso del país se debe a los devaneos seudo revolucionarios que sufrió el país a lo largo de su historia, que paradójicamente enriquecieron a unos pocos gobernantes corruptos y empobrecieron a los más necesitados. Un político izquierdista como López Obrador, que se dice revolucionario, sabe muy bien que Marx no alcanzó a dejar un modelo de cómo sería un gobierno comunista, sino que consigna en su obra “El Capital” y sus ensayos políticos una crítica del sistema capitalista y democrático, con la idea de llevar el “cuarto estado”, el proletariado, al poder. Lenin entendió que la revolución se hacía mediante la dictadura del partido comunista, que implantó la revolución rusa. Por eso, los distintos gobiernos “revolucionarios” degeneran de manera inevitable en dictaduras.

No es nada fácil el dilema de los mexicanos mañana en las urnas. López Obrador puede que llegue al poder pero su gobierno despierta tanta incertidumbre como expectativa, más aun teniendo a Trump, símbolo del capitalismo a rajatabla, al otro lado de la frontera.