Viraje en la política exterior | El Nuevo Siglo
Viernes, 29 de Junio de 2018
  • Restablecer los principios tutelares
  • Afiliarse al vecindario del progreso

La política internacional puede entenderse como el cúmulo de valores, principios y programas que tiene un país para insertarse en el concierto de naciones. En un mundo globalizado, donde las actividades universales pueden tener un impacto en tiempo real, las relaciones exteriores suelen, por tanto, tener una importancia vital.

Colombia, en la última década, soportó toda su política internacional en el proceso de paz con las Farc. De hecho, este tiene contenidos internacionales de mayor envergadura que los propios requerimientos nacionales. La estructura de las conversaciones  de La Habana, fundamentadas especialmente en los temas establecidos en el Estatuto de Roma y la participación de la Organización de Naciones Unidas (ONU), tuvieron prevalencia en estos elementos. Tanto así como que la única intervención nacional de magnitud fue la del plebiscito. Pudo más, sin embargo, la permanente consulta a asesores del exterior o la continua intervención de la llamada “comunidad internacional”.

Desde el transcurso de las conversaciones entre el gobierno Santos y las Farc, hasta hoy, muchos episodios ocurrieron en el ámbito de las relaciones exteriores. El más evidente, por supuesto, el tratamiento del régimen venezolano como de “mejor amigo” y el intempestivo viraje luego de que se firmara el acuerdo de paz. Del mismo modo el gobierno cubano, durante todo el trayecto de las negociaciones con la subversión, fue el aliado gubernamental sustancial para el Ejecutivo colombiano. Y en ese propósito también contó con una colaboración permanente de los Estados Unidos, durante el doble mandato de Barack Obama, así como de la Unión Europea que envió delegados especiales.

En la época, igualmente, Colombia sufrió el fallo adverso de la Corte de La Haya sobre las aguas marítimas del Caribe occidental, lo que permitió la reelección del régimen nicaragüense, mellizo del venezolano. Hoy en día están pendientes nuevas demandas y la comparecencia colombiana al tribunal holandés ha tenido ciertas ambivalencias.

Mucha, no obstante, es el agua que ha corrido bajo el puente. En la actualidad, como se dijo, las discrepancias con la dictadura venezolana, en principio acogida benévolamente, están a la orden del día, hasta el punto de que el temor al denominado “castrochavismo” fue formulación prioritaria en las elecciones presidenciales pasadas. La política internacional colombiana, hacia el futuro, pasa por ese meridiano. Sin duda alguna el gobierno de Iván Duque será la principal talanquera, frente a los evidentes intentos de perpetuidad de la satrapía venezolana, en la región.

Al mismo tiempo, la política exterior del país tendrá que ocuparse, como ya está ocurriendo con la visita del presidente electo a los Estados Unidos, del apogeo de los narcocultivos y la comercialización histórica y en auge de al menos 900 toneladas métricas de cocaína. La debacle en la lucha antidroga determina que el país se ponga ipso facto a recuperar el terreno perdido en los últimos cuatro años. Para ello, ciertamente, la alianza con el gobierno de Donald Trump será el eje gravitante de los próximos años, sin que ello signifique dejar de lado otros elementos relevantes con esa potencia.

Frente a la América Latina resulta trascendental afianzar los lazos con aquellos gobiernos que priorizan el libre mercado, la doctrina democrática y el progreso económico y social. En ello, por descontado, el gobierno Duque contará con aliados fundamentales en Argentina, Chile y Perú. Del mismo modo, Ecuador, con los nuevos principios gubernamentales allí formulados, puede hacer parte de la plataforma que busca una América Latina pujante.

Frente a Brasil habrá que esperar la destorcida de los duros acontecimientos que aquejan al país. En todo caso, el mensaje perentorio debe ser la absoluta condena a las nefandas prácticas de multinacionales como Odebrecht. Ante las elecciones mexicanas del próximo domingo es indispensable esperar la actitud del nuevo gobierno sobre la Alianza del Pacífico. Para Colombia es de primer orden que ella continúe y se sigan ensanchando las posibilidades económicas de la costa Pacífica.

En adelante, por lo demás, Colombia tendrá que sujetarse a las cláusulas del convenio que permitió su ingreso a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Dar reverso en ello sería un error mayúsculo. El país, sin duda, requiere de mejorar la política pública y las prácticas gubernamentales.

La ruta impostergable, pues, consiste en crear una política internacional a partir de los principios que han de renovarse internamente. Para ello es fundamental establecer los aliados, alejarse del populismo y afiliarse al vecindario del progreso.