Hacia arriba (1) | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Junio de 2019

Creo profundamente en que las formas de resolver los problemas que hoy enfrentamos como humanidad no tienen tinte ideológico alguno.  Las salidas, en plural, no son por el centro ni hacia derechas o izquierdas.  Son hacia arriba.

Voy por partes.  Me encanta la desprestigiada palabra problema, pues en sí misma conlleva la solución.  De acuerdo con el diccionario de la RAE, es una cuestión que se trata de aclarar; una proposición o dificultad de solución dudosa; un conjunto de hechos o circunstancias que dificultan la consecución de algún fin; un disgusto, preocupación. Claro, un problema es una dificultad, con solución, de lo contrario sería un imposible.  Si se siguen leyendo las acepciones del diccionario, aparece un problema determinado, planteamiento de una situación cuya respuesta desconocida debe obtenerse a través de métodos científicos, o uno indeterminado, problema que no puede tener sino una solución, o más de una en número fijo. Siempre hay solución a los problemas, el tema es de creatividad.

Estamos en problemas porque desde hace milenios privilegiamos una mirada sobre la vida, la patriarcal, que seguimos reproduciendo en nuestra cotidianidad.  Uno de los grandes retrocesos de la humanidad ha sido, sin duda alguna, naturalizar las acciones propias del heteropatriarcado: la competencia, la rivalidad, la separación, la lógica ganar-perder, que nos parecen propias del ser humano, que hemos comprado y seguimos comprando sin chistar, como si fuese lo único posible.  La cultura refuerza esa idea, al igual que los medios masivos de información y las redes sociales: estamos llenos de realities, en los cuales el valor máximo es derrotar al otro, donde solo puede haber un vencedor, como en el deporte competitivo, como en la competencia voraz de las organizaciones, sean públicas o privadas, y que se expresan en prácticas normalizadas en la academia, la industria o cualquier actividad humana.

No es inocuo que nos digan que está mal hablar de problemas y que nos digan que es mejor nombrarlos como retos o desafíos.  Voy de nuevo al Diccionario de la RAE: reto es una acción de amenazar, un dicho o hecho con que se amenaza.  Es la cultura que valora el amedrantar, el pasar por encima del otro.  Aparece también como objetivo o empeño difícil de llevar a cabo, y que constituye por ello un estímulo y un desafío para quien lo afronta¸ una visión que sigue siendo hostil.  Con la palabra desafío pasa otro tanto: rivalidad, competencia.  Hemos cambiado valores como la solidaridad, la colaboración, la equidad –en una palabra, el amor– por la competencia, la confrontación, el juicio, el triunfo a cualquier costo.  Hablamos de competencias laborales y de educación por competencias, tal vez sin reparar en lo que ello implica, en que hay algo externo a nosotros que nos dice que somos adecuados o inadecuados, que determina cómo debemos “ser” para la mayor funcionalidad del sistema.

Nos olvidamos de la fraternidad y la sororidad, olvidamos que somos uno solo con todo lo que existe.  Sin embargo, la fuerza del amor sigue emergiendo.