¡Por un bicentenario popular! | El Nuevo Siglo
Domingo, 16 de Junio de 2019
  • Estela de la nostalgia colombo-venezolana
  • Cuando Bolívar y Santander eran amigos

 

No se sabe hoy, cuando se cumplen 200 años de la unión de los ejércitos de Bolívar y Santander en Arauca, qué hubiera sido de Colombia de haberse mantenido la férrea amistad entre los dos. Fue el compartir esa estrategia militar conjunta, en cierta medida secreta, lo que permitió liberar Bogotá y cambiar el teatro de operaciones venezolano a los Andes y la sabana granadina. Y desde allí fraguar el horizonte posterior que llevó a los triunfos de Carabobo, Pichincha, Junín y Ayacucho. Una amistad que, pese a esos éxitos consecutivos en el continente suramericano, terminó no obstante diluyéndose a raíz de la demagogia, el encono, la chismografía y la guerra civil. Lo que finalmente, como se sabe, llevó al colapso de la unidad política y territorial prevista como núcleo de la independencia, con sus evidentes elementos raciales y sociales comunes, dejando por siglos una estela de nostalgia imprescriptible.

Que es más o menos el sentimiento nostálgico que hoy prevalece en medio de la celebración del bicentenario de la emancipación, por lo demás todavía bastante frío. De hecho, un resultado obvio en un país como el colombiano que, por décadas, hasta hace muy poco, decidió desterrar la historia del currículo estudiantil y por ende anularla estruendosamente del debate público.

Pero cuando la nostalgia y no las lecciones de los acontecimientos se toma el teatro de la historia, algo debe estar ocurriendo en la trayectoria emocional de los países, puesto que de algún modo se termina viviendo de la añoranza de lo que pudo haber sido y no fue. Y eso impide, en cierta proporción, recapacitar en la identidad que es, a fin de cuentas, el acumulado del influjo histórico cuando de desentrañar la suerte de las naciones se trata. Pero hoy la tiranía venezolana tiene asfixiado y en hambruna al pueblo hermano. Por fortuna, desde Colombia se ha recibido con los brazos abiertos a los millones de venezolanos desesperados con la satrapía chavista. Y esa, a no dudarlo, es la demostración palmaria de que por más desavenencias en la cúpula lo que importa y consolida la historia conjunta es el sentimiento popular, hoy por hoy, la herencia primordial entre ambas naciones.

Si bien la nostalgia, pues, parecería un elemento preponderante del bicentenario, más debería resaltarse el hecho actual y determinante de que los lazos populares, antes de romperse, se han afianzado en los últimos tiempos entre aquellos dos brazos de una misma naturaleza. Lo que, asimismo, avizora un futuro abiertamente prometedor cuando se resuelva la insostenible situación política y económica en el país vecino. En esa dirección, entonces, podría decirse que Bolívar y Santander vuelven a estar unidos, como hace dos centurias, en las épocas de Arauca. Mucha agua corrió bajo el puente luego de esos plausibles eventos, de donde verdaderamente germinó buena parte de la independencia suramericana, hasta llegar no obstante a hechos tan estólidos y lamentables como la conspiración contra el Libertador, casi 10 años después, bajo la anuencia sigilosa de Santander. La división en dos partidos innecesarios en la Convención de Ocaña, cuando el llamado de la historia era el de la unidad, fue un verdadero equívoco que perdió el camino. Una especie de “patria boba” de mayor alcance a la primera república así calificada. Y luego tan grave e ingrato como la conjura septembrina fue saber al Libertador proscrito de su tierra por los mismos venezolanos, lo que a fin de cuentas fue un aliciente superlativo de su agonía cuando más se le necesitaba. Poco antes el mismo Bolívar había dicho en una carta a Rafael Urdaneta, no obstante, que el gran error había sido pelearse con Santander a quien, de hecho, le conmutó la pena de muerte por el destierro a pesar de su silencio cómplice frente al atentado del que se había salvado milagrosamente.

En este momento, sin embargo, no se trata de recordar aquellos episodios que resultan incomprensibles en el destino de ambas naciones. Desde luego pueden traerse ejemplos en que esto ha ocurrido ciertas veces en el caprichoso recorrido de la historia de otros países a través de las eras. Nada, en esa vía, justifica la levedad de miras de aquellas épocas. Pero en este instante, bajo el alero de las tropas de Bolívar y Santander que se encontraron en Arauca para luego dirigirse a Pisba, hace 200 años, es válido señalar que el sentimiento popular de entonces entre los dos pueblos, dirigidos por los próceres, es el mismo que hoy se engrandece en la solidaridad contemporánea entre colombianos y venezolanos. ¡A este bicentenario hay que meterle pueblo de ambos lados!