¿Qué hago para creerle? (II) | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Junio de 2019

“Como decíamos ayer”, a Carlos Castaño le pareció inverosímil la propuesta de la paz de mi hermanos Álvaro: que más que un arreglo era un acuerdo para paz, estábamos hablando de la Doctrina Social Cristiana aplicada para Europa después de la Segunda Guerra mundial: lo que yo le expuse le sonó tan bueno que me insinuó que de eso tan bueno no dan tanto. Entonces se me ocurrió que él autorizara a personas de su entera confianza para fueran a Costa Rica a hablar con Álvaro. Se alejó de mí unos minutos y al volver me dijo que se ya se había suspendido al sicario y que viajaríamos a San José en dos días. Además, me dijo que íbamos a regresar por otra vía para alcanzar el último vuelo al Dorado. Al llegar a mi casa llamé a Álvaro para ponerlo al tanto de lo acordado: él no salía de su asombro, y claro que aceptó la reunión acordada.

Un paréntesis: en algún momento Castaño me preguntó sobre las razones del asilo y refugio de mi hermano en Costa Rica y le narré lo siguiente: él representaba una firma de camiones para la minería, del Cerrejón, y, en algún momento, le pagaron unos repuestos que habían recibido según lo acordado. Tiempo después la Fiscalía salió con el cuento que había lavado dólares: un mafioso, con un negocio de cambio de dólares, en Cali, había declarado que “la compañía minera le había pedido una plata a éste porque estaban ilíquidos y que Leyva estaba tan necesitado que le consultaron a éste si le importaba el origen del dinero y que él aceptó. Por esto a Fiscalía dio orden de captura, y el proceso duró unos seis años. Yo, desesperado por la infamia, saqué de una oficina, sin autorización, una caja con todos los documentos del proceso y, entre los documentos aportados por la Fiscalía encontré el extracto de la compañía minera del mes de la operación: en este figuraba más de dos mil millones de pesos disponibles, el día que, supuestamente, giraron el cheque para Álvaro y no figurara el ingreso de un valor parecido al supuesto cheque del mafioso”.

Volviendo a la reunión de San José: Álvaro Leyva nos recibió en el aeropuerto y se reunieron en un hotel, durante tres días (yo, ni me acerqué a la reunión). Al final todo era abrazos y gritos de Viva Colombia. Ese mismo día regresamos Bogotá, y mi hermano me pidió que me reuniera con Jairo Rojas (conservador, presidente de la comisión de paz de la Cámara de Representantes) y le contara lo acordado para que se reuniera con Manuel Marulanda (Tirofijo). Nos reunimos en el Café de don Pedro (esquina de la calle 90 y carrea de la carrea 11), él y yo, para contarle lo acordado. Y con un abrazo emocionado nos despedimos. Más tarde, ese mismo día, mataron a Jairo Rojas con varios tiros en la cabeza: matando la paz de Colombia.