Un motor apocalíptico | El Nuevo Siglo
Lunes, 24 de Junio de 2019

“Populismos no son solución en el mundo”

La premisa predominante postula un futuro lineal progresivo. El inicio de esa premisa en el siglo XVII, dejó a la técnica al servicio de la codicia. El medioevo que veía en la codicia, no en la técnica, un defecto del ser, fue descalificado, y en todo caso ignorado. La codicia fue elevada a virtud, a motor del progreso. La respuesta a ese error ético, no técnico, la está pagando la vida sobre el planeta. Esa mentalidad omnipresente ignora que la ética es en esencia el principio de la razón práctica, cuya omisión tiene efectos bien prácticos, que estamos padeciendo.

Ella llama “progreso” avanzar más rápidamente por el mismo camino y en la misma dirección y eso es lo que aun entiende por “cambio”. Sin embargo, un verdadero cambio la perturbaría. Su progreso es de índole sicorígido. Revela cifras ciertas del avance material de la humanidad en los últimos tres siglos. Pero a partir de esa evidencia, postula diagnósticos con atributos futuristas abusivos. Su principal error practico, visto en perspectiva histórica, es figurarse que extrapolar nos permite predecir.

Débil en comprender la topografía varias veces milenaria de la subjetividad humana. La desconoce. No halla “ilustrado” el brote actual de protestas.  Talvez en su imaginario se figura que podrá reducir esa compleja interioridad a un algoritmo robótico. Y no da cuenta del desastre ecológico, ni tampoco las actuales convulsiones sociales.

 En aras de la “eficiencia” de la “razón” la “Ilustracion” y demás epítetos monopólicos de la verdad redujo todo valor a contabilidad. Pero no calculó el costo que esa pifia ética supuso para el planeta. Ante el desastre sobreviniente, siglos después, olvidó de súbito sumar y restar. La codicia no resta. Y tampoco tiene como pagar el daño. Ni hay un sistema político adecuado para cobrárselo. Por lo demás sigue oronda considerando a la codicia como motor supremo. Y lo exalta como virtud.

La grave destrucción del planeta a la cual estarán abocados la sobreprotegida generación de los “centennials”, pero que ya cualquiera colige, no es producto de la técnica sino de una deficiencia de ella, pero, sobre todo de haber sido puesta al servicio de la codicia. Y por corolario, de la guerra.

El gran imperio norteamericano, con todos sus aportes, ha sido incapaz de encarar esa cruda realidad que nos mira a la cara. La mayoría de los intelectuales llamados progresistas insisten, mientras la tragedia sigue su marcha, en demostrar que estamos mejor que los abuelos. Es como ilustrar para un paciente con dolor de muelas, una amena evolución cronológica de la dentistería.

Desconocen el punto de mira para compararse, por ejemplo, con el imperio Español o con el Romano de un modo morfológico no arbitrario o anecdótico.

Su cosmopolitismo es localista en el tiempo. Adánicos, creen de sí ser una absoluta anomalía historica.

Los populismos, exacerbados hoy por esta codiciosa premisa, no son una solución para el mundo, pero sí son otro síntoma de diagnósticos equivocados de raíz por esa mentalidad prevaleciente.