La paradoja venezolana | El Nuevo Siglo
Miércoles, 3 de Junio de 2020
  • Gasolina importada y cara en país más petrolero
  • ¡Quien tenga dólares, compra buen combustible!

 

El llamado “Socialismo del siglo XXI’’ acumula todos los días evidencias de su fracaso como sistema político, económico, social e institucional. La última prueba de ello comenzaron a sufrirla ayer millones y millones de venezolanos obligados ahora a pagar la gasolina de alto octanaje en dólares y con un precio marcadamente mayor al que por años estuvo vigente en esa atribulada nación. Se trata de una circunstancia tan crítica como paradójica, sobre todo para el régimen dictatorial ya que el combustible de mejor calidad se debe cancelar en moneda estadounidense, precisamente la del país que más sanciones económicas, comerciales, políticas y hasta judiciales ha tomado contra Nicolás Maduro y su cúpula gubernamental.

A ello se suma que por década y media, desde tiempos de Hugo Chávez, una de las mayores banderas de esta corriente política fue el mantener, contra viento y marea, los bajos precios de la gasolina, sobre todo en el país que tiene las mayores reservas comprobadas de petróleo en el mundo. Sin embargo, el desbarajuste general creado por Maduro y compañía no solo llevó a la quiebra a Pdvsa y a la caída sustancial en la producción de crudo, sino que se hizo necesario empezar a importar gasolina para poder suplir la ya de por sí castigada demanda en una nación que, una década atrás, se daba el lujo de regalar petróleo a los gobiernos latinoamericanos de su cuerda ideológica.

Pero no termina ahí la paradoja de la crisis venezolana: después de muchos años en que el chavismo alegaba que uno de sus máximos logros era el acceso generalizado de la población a los bajos precios de la gasolina, desde ayer, tanto en Caracas como en otras zonas del país, se empezó a experimentar un fenómeno que echa por tierra toda esa postura populista. Ahora, quienes logran  acceder a dólares pueden comprar la gasolina de mejor calidad y en las cantidades que quieran, mientras que el resto de la población, cuyo nivel de ingreso se ha empobrecido dramáticamente en la última década, tiene que resignarse a tanquear un combustible de bajo octanaje y en volúmenes limitados por tratarse de tarifas subsidiadas.

La inconformidad de los millones de venezolanos por esta nueva política de combustibles es tal que algunos analistas no descartan que se pueda volver a presentar un nuevo “caracazo”, aquel levantamiento popular que se registró en 1989 por el drástico plan de ajuste económico implementado por el gobierno del entonces presidente Carlos Andrés Pérez, y cuya principal medida era, precisamente, el aumento de los precios de la gasolina.

Los pocos centros de análisis económico independientes que sobreviven en Venezuela advierten que esta nueva evidencia de la pésima gestión económica del chavismo tendrá consecuencias muy graves para la ya de por sí debilitadas finanzas del régimen dictatorial. Si bien es cierto que el cuestionado gobierno ha tratado de fondearse empeñando las reservas petroleras e incluso pagando con las de oro, el margen de maniobra cada día es más escaso y en poco tiempo la iliquidez oficial se tornará dramática, al punto que no podrá sufragar los salarios de los funcionarios públicos, las fuerzas militares ni los escasos programas sociales que siguen funcionando.

La oposición tiene una lectura similar sobre esta nueva evidencia de la crisis y advierte que, precisamente por ello, es que el gobierno Maduro no quiere revelar la verdad sobre el grave impacto de la pandemia de Covid-19 en ese país. Como se sabe, aunque las autoridades venezolanas reportan un muy bajo número de contagios y de decesos por la pandemia, las instancias  sanitarias internacionales y muchos países ponen en duda esos informes, advirtiendo que la dictadura se ha convertido en un problema de salud pública continental. Según los contradictores del régimen, el chavismo sabe que el nivel de desesperación de la población está llegando a un límite muy peligroso, ya que no sólo se encuentra pasando más hambre, sin medicinas y confinada en sus casas para evitar el riesgo de contagio, sino que, además, lleva gran parte de este año sufriendo la escasez de combustibles, que ahora será más sensible por cuenta del nuevo y discriminatorio modelo tarifario.

Como se dijo al comienzo, el “Socialismo del siglo XXI” sigue acumulando evidencias de su inviabilidad, lastimosamente siendo los más pobres y los sectores más vulnerables quienes sufren las mayores consecuencias. Pero a la par de ello, lo más grave termina siendo la paradoja de que en el país más rico en petróleo de todo el planeta, ahora no sólo se tenga que importar la mayoría de la gasolina sino que la población tendrá un acceso restringido a la misma, salvo que pueda pagarla en dólares. Mayor prueba del fracaso de la tan publicitada “revolución bolivariana” no se puede encontrar.