La Vicepresidencia incólume | El Nuevo Siglo
Lunes, 22 de Junio de 2020
  • Controvertida figura constitucional
  • Congreso no pondrá el cascabel al gato

 

La figura de la Vicepresidencia en el país es, como se sabe, una copia fiel de lo establecido en Estados Unidos desde su fundación. Aquí surgió, no obstante, por cuenta de las exigencias en la creación de la Gran Colombia. En principio, pues, se pensó que hubiera un vicepresidente por cada uno de los tres grandes territorios departamentales (Nueva Granada, Venezuela y Quito), con funciones ejecutivas determinadas, y otro que hiciera las veces de reemplazo en caso de faltar el presidente titular, con miras a la unidad y la sucesión sin traumatismos en caso de vacancia. Finalmente, sale avante la tesis de un presidente y un vicepresidente.  Así las cosas, Santander fue el segundo de Bolívar en varios lapsos, hasta que se decidió a conspirar y armar gavilla contra las disposiciones presidenciales. De colofón, la vicepresidencia es suprimida y a Santander se le ofrece la embajada en Estados Unidos, que acepta, pero acto que no se lleva a cabo por cuenta de la conspiración septembrina.   

Todo eso colaboró, por supuesto, en el colapso grancolombiano, porque a fin de cuentas lo que preponderó a poco de la Independencia no fue la consolidación necesaria y firme de las instituciones, sino un agudo y sombrío pleito por el poder. Fue así como se implantó, en efecto, una cultura de la ambición politiquera, los intereses provinciales y las minucias de los grupúsculos, por encima del cauce institucional y la unidad en torno de los designios nacionales. Con ello el destino se empequeñeció y con Santander la vicepresidencia fue un reducto insalvable de conspiraciones, al igual que se dieron conexiones de la misma índole en Lima, Quito y Caracas, hasta el atentado y la disolución.

Más adelante Domingo Caicedo fue constante comodín vicepresidencial. Y lustros después, para morigerar el carácter político, se decidió que el vicepresidente sería elegido dos años después del presidente, a mitad de período, quien además compartiría otros dos años con el primer mandatario elegido en el turno siguiente. Entonces se decidió escoger personajes de corte más bien académico que al cabo del tiempo no resultaran incómodos y se tornaran paulatinamente en un problema, como Rufino José Cuervo y José Joaquín Gori. Pero no funcionó mucho la idea de interpolar períodos y hacer caso omiso al origen partidista.

De hecho, para 1858, lo mejor fue cambiar la figura del vicepresidente por la del Designado, es decir, que el eventual sustituto presidencial fuera elegido por el Congreso y que su vocación de reemplazo no hiciera parte de la estructura estatal. Eso funcionó de forma adecuada, aunque a decir verdad ni siquiera con tres designados hubo quien pusiera cara a la revuelta de 1861 y en Bogotá solo el ministro del Interior y de Guerra, Juan Crisóstomo Uribe Echeverri, hizo frente a la insólita revolución de Tomás Cipriano de Mosquera y José María Obando, hasta su fusilamiento.

Pero en 1886 se volvió a la Vicepresidencia, en razón a que el presidente Rafael Núñez prefería orientar al país, manteniendo los lineamientos cruciales de su reforma política, por lo cual delegaba las funciones meramente administrativas en sus coaligados vicepresidenciales. Quienes se apartaban de sus designios los destituía mientras que daba vuelo a los socios que promovían la unificación nacional. Después, una vez llegado Rafael Reyes al poder, pretendió perpetuarse, aboliendo además la  Vicepresidencia. No obstante, a la caída de Reyes volvió a instaurarse la Designatura en la reforma de 1910.

Así se llegó hasta la Constitución de 1991, cuando sin mayores razones, puesto que la del Designado había sido una figura plausible, se regresó a la Vicepresidencia. Se produjo el calco norteamericano, como parte del tiquete electoral, pero a diferencia de allí no se le dieron al vicepresidente funciones constitucionales de ningún tipo. Como tal, en Colombia, quien ocupe la Vicepresidencia anda siempre en busca de que el presidente le delegue algo qué hacer o sea nombrado en algún cargo. Efectivamente, desde entonces a hoy, se le nombra de consejero presidencial para llevar a cabo algún programa adscrito a la Casa de Nariño o se le nombra en una legación diplomática. La única salvedad ha sido la de Germán Vargas Lleras que en cierta medida hizo un cogobierno con Juan Manuel Santos, quien dedicó buena parte de sus esfuerzos gubernamentales al tema de las Farc.

En ese orden de ideas, la Vicepresidencia ha sido una figura algo extraña e incómoda en Colombia. No se ha sabido nunca muy bien qué hacer con ella. De suyo, su historia ha sido la historia de las tensiones entre Bolívar y Santander; entre Santander y José Ignacio de Márquez; entre Núñez y Eliseo Payán; entre Manuel Antonio Sanclemente y José Manuel Marroquín; entre Reyes y Ramón González; e incluso entre Ernesto Samper y Humberto de la Calle.

Ahora de nuevo tercia el debate, tantas veces repetido, de si es factible la abolición de la Vicepresidencia y el regreso a la Designatura o una figura similar. Probablemente, la cosa quedará en veremos, como ha sido tradicional en los últimos tiempos. ¿O habrá algún congresista que presente el acto legislativo? No lo creemos.