Polarización intencional | El Nuevo Siglo
Miércoles, 30 de Junio de 2021

¿Para cuándo las coaliciones ideológicas?

* Agitaciones de una campaña incierta

 

La campaña presidencial se está desenvolviendo a una velocidad de vértigo. Y lo mismo está ocurriendo con las elecciones parlamentarias. Incluso ambos eventos parecieran harina de un mismo costal. Porque a fuerza de los sucesos y de las percepciones políticas actuales se han perdido las líneas divisorias entre lo que se supone un aspirante presidencial y un repitente congresional.

Muchos son los nombres, a ciencia cierta, que hoy aparecen mezclados en cualquiera de los dos propósitos. En efecto, el dato más diciente de las últimas encuestas presidenciales no alude a Gustavo Petro ni a los otros aspirantes que, en su gran mayoría, aparecen sin porcentajes considerables en el listado y un desmayo sorprendente de Sergio Fajardo. Al contrario, basta ver que el grueso de los consultados prefiere el voto blanco o de otra parte no muestra interés en los nombres que aparecen en competencia. Lo cual indica, ciertamente, que hay un espacio gigantesco para nuevas nominaciones. Y tal vez sea también por este vacío, al menos aparente, que se ha abierto un renovado apetito por ocupar la Casa de Nariño desde el hemiciclo parlamentario. Que, en términos de las ambiciones políticas naturales, no es de sorprender.

Es también posible que ello se deba en cierta manera a la forma como el presidente Iván Duque obtuvo la primera magistratura. Porque, según se recordará, no mucho antes de las elecciones anteriores el hoy primer mandatario era, por decirlo así, casi un ilustre desconocido. Aparte, por descontado, de un reconocimiento en su partido por descollar en el Congreso. No obstante, en un abrir y cerrar de ojos, luego de una campaña relámpago y de ganar todas las metas volantes, logró la cifra extraordinaria de diez millones de votos en segunda vuelta. Pasó, entonces, de ocupar un renglón de una lista cerrada para Senado, donde por demás no hay voto preferente que permita saber el caudal electoral propio, al más grande respaldo en las urnas de la historia colombiana.

Al fin y al cabo, tampoco sería atinado decir que el resultado fue una sorpresa. Por el contrario, más bien podría afirmarse que es un fenómeno repetido de las últimas jornadas. Comenzando, desde luego, por el expresidente Álvaro Uribe, quien en su primer ensayo por ganar el solio, incluso de tanteo, saltó de rubros ínfimos a ser el único colombiano en triunfar en primera vuelta. Algo parecido sucedió con el expresidente Juan Manuel Santos, aunque bajo otras condiciones, quien por primera vez obtuvo la jefatura del Estado, en la segunda vuelta, sin que antes hubiera intervenido en ningún evento electoral. Y está, como se dijo, el caso del actual primer mandatario.

El punto es que el diseño electoral colombiano para la presidencia, dividido en dos vueltas, hace que la primera ronda sea apenas un certamen clasificatorio. Como es muy improbable que alguien obtenga el 50 por ciento más uno de los votos, caso extraordinario en el cual ese aspirante se da constitucionalmente por elegido a semejanza de Uribe, lo cierto es que todo el esfuerzo radica en que, de las múltiples opciones de la primera vuelta, solo los dos primeros aspirantes clasifican y pasan a ser candidatos efectivos para resolver la liza en una segunda jornada.

De tal modo, la dinámica electoral tiene dos variantes genuinas hacia la segunda vuelta: coalicionismo y polarización. La primera, porque de inmediato los clasificados entran a buscar, necesariamente, el respaldo de quienes derrotaron y de alguna manera son afines; y la segunda porque, como líder de esa coalición, necesita afianzarse como alternativa, diferenciándose lo máximo posible de su contendor, bajo una lógica polarizadora.     

En esa perspectiva, la dinámica de 2018 parecería replicarse casi idéntica para 2022, cuando de nuevo se trata de concitar, en torno del cualquier nombre que surgiera con una viabilidad mínima, el llamado anti petrismo. Duque tuvo la astucia de ocupar ese espacio previamente. Ahora otros creen que pueden hacerlo del mismo modo. Y por eso cada vez hay más patos al agua.

De hecho, es fácil vislumbrar de las actuales circunstancias políticas que, desde diferentes flancos, lo que se busca es inflar a Petro para que tengan valor y contundencia las posteriores arremetidas contra él. Y este, por su parte, admite el juego, ya que de un lado se mantiene en campaña permanente y de otro no incurre en costo proselitista alguno. A fin de cuentas, parafraseando las ironías de Oscar Wilde, lo importante en política no es si hablan bien o mal de ti, lo importante es que hablen. Máxima que, para el caso, cae como anillo al dedo en esta época de torbellino en las redes sociales. Y que tristemente, en medio de la trágica situación nacional, parece ser el camino impenitente que recorrer: polarización anticipada y coalición ideológica para después.