La triste guerra | El Nuevo Siglo
Martes, 20 de Julio de 2021

¿Cuál es la siniestra razón que condena a Colombia a vivir en un círculo vicioso de guerras, odio y violencia? El investigador Mauricio García Villegas ha escrito un libro iluminador, que explora respuestas para esta pregunta.

En “El país de las emociones tristes” plantea una tesis sobre nuestra realidad que parte de los planteamientos de Baruch Spinoza sobre el dualismo de la vida: “los que se rinden a la tristeza, suprimiendo el goce, y los que viven de manera alegre, en armonía con las emociones y guiados por la razón”. Para comprender es necesario dirigir la mirada hacia emociones como el odio y la venganza, no como siempre se vieron, como emociones furiosas sino como emociones tristes, porque su resultado es la tristeza. Así, es más fácil entender que lo que nos ocurre es que vivimos en una espiral de emociones tristes y que el camino es romper el círculo vicioso de la rabia.

Quizá lo más interesante que plantea el libro es que las razones de las furias no tienen grandes bases ideológicas. Si se mira la historia, dice, “desde el punto de vista de las ideas, que son como la punta de un iceberg, es difícil explicar por qué tanta conflictividad, tanta dificultad para sacar proyectos adelante”. El asunto es que debajo del iceberg de las diferencias ideológicas hay una cadena de rencores y un deseo ferviente por aniquilar al contradictor más que a sus ideas.

Las emociones tristes prosperan porque tenemos muchos pesares, porque las élites se convocan a la guerra, a la que envían a los más pobres, y luego se arreglan entre ellas. El dolor tiene siempre como alimentarse, no termina nunca. El libro narra un episodio de tantos que abundan en el relato de nuestra historia: un niño de 9 años es testigo del asesinato de sus padres por parte de la guerrilla. Pocos años después se une a las filas de los paramilitares y se convierte en un exitoso ejecutor de guerrilleros, pero un día tras una ejecución, descubre en el uniforme de su adversario una foto en la que aparecen el guerrillero a quien acaba de asesinar, su mujer y un niño de 9 años. Si esa cadena no se rompe, la venganza no se saciará nunca.

No es fácil encontrar una explicación a la violencia que parece no tener fin y por eso el autor también explora las raíces del mal: “el honor y la venganza producen un exceso de violencia en los seres humanos que no existe en los animales. La pulsión del exterminio, algo tan común en la historia de la humanidad, es algo ajeno al mundo animal”. ¿Qué tal que, al menos en eso, fuéramos un poco menos humanos y más animales?

La lógica dicta que cuando las posturas parecen irreconciliables la solución debería estar en el centro, en la zona de los moderados. El autor cita a Stefan Zweig cuando dice que la historia “no gusta de los individuos mesurados, los mediadores, los conciliadores, los hombres de sentimientos humanitarios. Sus favoritos son los apasionados, los exaltados, los aventureros feroces y los espíritus de acción”. En sus manos estamos.