¿Al fin cuántos colombianos somos? | El Nuevo Siglo
Martes, 9 de Julio de 2019
  • Censo o aproximación poblacional…
  • El corazón de las políticas públicas

 

Uno aspiraría a que el censo de población colombiana hubiera sido lo más exacto posible, en este mundo contemporáneo en el cual el tiempo real, la precisión digital y la cultura de los datos hacen parte integral de la vida cotidiana. En cierta medida, no fue así. Pero como bien lo dice el director del DANE, Juan Daniel Oviedo, se hizo el mayor esfuerzo con las posibilidades tecnológicas a la mano, las reglamentaciones previas y la financiación disponible. De hecho, se buscó legitimar el resultado final a través de una comisión de expertos internacionales frente a las discusiones intergubernamentales previas sobre si valía la pena cambiar el esquema dejado por la administración antecedente. Aun de este modo, el número de ciudadanos omitidos suena alto, para cualquier lego interesado en el tema, más si ese margen estimado resulta una proporción bastante superior a la media porcentual latinoamericana y todavía peor frente a las estadísticas de países más desarrollados.

En consecuencia, pues, no puede declararse la satisfacción completa con el ejercicio estatal hecho. Sumarle a 44´164.417 personas ciertas una cifra de 4´094.077 de habitantes estimados adicionales, para un incremento cercano al 9 por ciento, puede resultar un tanto excesivo, inclusive si se aducen problemas de seguridad para los auxiliares o dificultades en llegar a las periferias, tanto de las regiones como de las ciudades. 4 millones de personas “fantasmas”, en el país, es un número nada despreciable que puede afectar la estructura general de los cómputos presupuestales del Estado y los rubros que se desprenden de la matriz censitaria establecida en 48´258.494 habitantes.

Uno de los elementos esenciales en las discusiones del ingreso de Colombia a la OCDE tuvo que ver, precisamente, con la certeza de las estadísticas en aspectos primordiales como los económicos, ambientales y sociales. Allí se pidió un esfuerzo prioritario para evitar contradicciones en las cifras, duplicación de resultados y estimaciones no siempre acordes con los estrictos parámetros del exterior y las prácticas del buen gobierno. Como se entenderá, el censo de población es la máxima política pública, si se comprende que de allí se deriva buena parte de los cálculos y las acciones del Estado.   

Las estadísticas, en la nación colombiana, no son el fuerte en algunos aspectos que suelen confundir a la opinión pública. Es cierto, claro está, que el DANE es una entidad seria y que saca la cara frente a sus homólogas latinoamericanas o que prevalece de ejemplo ante países como Venezuela, donde la contabilidad estatal es nula o falsa. Pero, aparte de ello, Colombia no suele tener certeza en ciertas cifras clave y que son el sustento de políticas públicas en aspectos cruciales. A estas alturas, por ejemplo, no es claro el número de hectáreas sembradas con hoja de coca porque hay contradicción en los términos en las diferentes aproximaciones estadísticas en un tema tan definitivo, incluidas las internacionales. Se sabe, sí, que hay un auge inconmensurable de los cultivos ilícitos, pero al revisar los asientos contables no se puede decir con absoluta claridad el territorio sembrado. Lo mismo acontece con el proceso de paz, en el que se van cambiando las cifras de víctimas, de hombres-arma desmovilizados, de reincidentes, al gusto de quien las trae a cuento. Y a veces, para tocar un caso diferente, los rubros del turismo son divergentes entre los mismos organismos gubernamentales. De suyo, los publicitados escalafones periodísticos de las empresas más grandes del país suelen tener errores de base porque, en ciertos casos, se confunden los balances independientes de cada compañía con los balances consolidados de las multi-empresas, cuando no se repiten.

En cuanto al censo poblacional, de aquel depende nada menos que el situado fiscal para las regiones, es decir, la suma proveniente de recursos del presupuesto nacional que se promedia a partir del número de habitantes por zona. Y esas mismas proyecciones sirven, no solo para la educación y la salud, sino también para establecer las regalías derivadas del patrimonio minero-energético. Temas fundamentales, como los subsidios cruzados, también tienen que ver esencialmente con el censo, lo mismo que la estructura correspondiente a la estratificación. A su vez, la tasa delincuencial, sea de homicidios, de hurtos, mejor dicho, de los diferentes factores delictuales, cambia sustancialmente dependiendo de la variable por el número de habitantes. Indicadores clave como el índice de Gini tienen mucho que ver, especialmente en Colombia, con las diferencias entre los sectores urbano y rural en cuanto a la desigualdad social. Asimismo, el ingreso per cápita está asociado indefectiblemente con la población al igual que los registros de calidad de vida.

En el mundo contemporáneo, donde pululan los ránquines y las clasificaciones estadísticas, es fundamental que el censo poblacional de un país sea lo más exacto posible. Ojalá que en la depuración del próximo septiembre se pueda saber, con mayor certeza, cuántos colombianos somos.