La parábola del vecino rentista | El Nuevo Siglo
Lunes, 22 de Julio de 2019

“Militarismo rentista no logró convencer de su cordura”

No tuvo la obligación de someterse a la disciplina del trabajo como ocurre al industrioso vecindario. Así que opinaba lo que le venía en gana. Y nunca pensó que esas opiniones fueran a ser contrastadas alguna vez por la realidad. Por generaciones sus antepasados habían vivido de la renta. Pero con cierta sensatez, si quizás poco diligentes, no se les ocurrió pelearse con los arrendatarios, ni intentar convencerlos de lo último que tuvieran en su sesera.

Sin embargo, al nuevo vástago afortunado la indisciplina lo llevó demasiado lejos. Talvez no sufrió imperativas y forzosas obligaciones de rigor intelectual para las artes o las ciencias.  Fue militar, pero intentó un golpe de estado. Antes de morir, triunfó en política. Fundó una secta que a veces es democrática y a veces autoritaria, a veces socialista otras, bolivariana. Algunos días amanece católica, otras veces, es animista. Esa secta afirma que su líder al morir se convirtió en pájaro, aun si un creyente leal a la encarnación lo vería como castigo por una vida punible. Una notable involución. Pero la secta se declara, de contera, progresista.

La renta brotaba del suelo. Con tanta suerte que, al inicio, la ganancia se multiplicó. Como rentista generoso regaló dinero a borbotones a todos aquellos que se declararán a la siniestra. Sin precisar en qué consistía ni la abundancia, ni el izquierdismo. Ganó la efímera fama internacional del celebrante que paga los tragos de los asiduos del bar. Y en la euforia de la quimera, calificó a su secta con distintos epítetos que, igual, no tenían sentido por cuanto, como sus antepasados, seguía siendo afortunado rentista.

 Solo que esta secta descuidó el origen mismo de sus ganancias. No renovó equipos. Creyó como una rana que su pozo es el mar. Que su fortuna estaba asegurada, que había sido obra suya, no del vaivén del mercado. Se declaró anti-imperialista. Cuando el escaparate se vino abajo, con magnifica sindéresis culparon de ello al imperialismo.

El imperio tenía interés en que le siguiera vendiendo combustible. Aguardó a ver en que se convertía el volátil delirio del rentista que, parodiando al rey sol gritaba “el pueblo soy yo”. Pero en uno de sus excesos verbales el indignado rentista lo amenazó con cortarle ese suministro.

En seguida, y por eso es imperio, activaron la tecnología para superar esa dependencia. Unos años después, recogieron el guante: ya no les seguirían comprando el oro negro.  Eso no se lo esperaba la atónita secta militarista. No estaban acostumbrados a la coherencia entre hechos y palabras. ¡Lo tomaron como agresión!

El imperio devino en exportador mundial de combustible, pero igual la secta anotó el desastre como victoria.

En suma, el militarismo rentista no logró convencer a sus vecinos de su radical cordura.

De sus edificios comenzaron a salir despavoridos, enfermos y hambrientos los inquilinos. Se les había prometido el paraíso, pero ahora se les veía en el vecindario con un letrero de “socialismo bolivariano”: ¡Ayúdenos por favor, somos venezolanos!