¿Una nueva ley de Historia? | El Nuevo Siglo
Jueves, 18 de Julio de 2019
  • Oportunidad del presidente Duque
  • Al oído de la Ministra de Educación

 

 

El desprecio por la historia, en Colombia, quedó demostrado hace más de tres décadas cuando se eliminó esa cátedra del currículo escolar. A raíz de tan estólida conducta, cuando esta asignatura perdió total vigencia como disciplina autónoma, se creó un sancocho académico fenomenal. De tal modo se introdujeron paulatinamente, hasta hoy, todo tipo de condimentos coyunturales, dentro del supuesto marco de las ciencias sociales: geografía, democracia, orientación sexual, rudimentos constitucionales, resolución de conflictos, algunos episodios históricos tangenciales, comportamiento y salud… Es decir, una mezcolanza de asignaturas, sin la independencia curricular necesaria para llevar a cabo una formación adecuada en cada uno de los campos, mucho menos en cuanto a los requerimientos de la Historia como materia sustancial.

Se entenderá, frente a ello, por qué se recibe hoy con semejante frialdad emocional la celebración del bicentenario independentista. Es muy poco, ciertamente, lo que ello ha significado en el país, salvo por unas solemnidades que la mayoría de la ciudadanía parecería vislumbrar a la distancia y sin mayor compromiso intelectual o sentimental. De hecho, todavía hoy la disciplina de la Historia permanece refundida en el baúl de anzuelos en que la metieron, pese a que hace ya hace dos años se emitió una ley, tratando de recuperarla para la educación básica y media.

No ha sido posible, porque se insiste en disminuir la historia y tratarla apenas como un componente circunstancial y esporádico de las ciencias sociales, bajo los criterios amorfos antedichos. Y lo peor es que hay rectores y profesores que insisten en ello, tal vez para ahorrar gastos y dejar de lado el compromiso de generar una pedagogía con mayor cosmovisión y que permita una vocación de futuro con cierto sentido colectivo. Valdría la pena, al respecto, recordar a Kierkegaard: “la vida se vive hacia adelante, pero se comprende hacia atrás”.

No es la historia, ciertamente, y como pudieran pensar sus velados y temerarios detractores, un simple cronograma de fechas sin ton ni son, ni un barniz de biografías mínimas o de eventos sin raigambre. De nada vale saber qué sucedió en el pasado si ello no tiene algún asidero en el presente y se pierde su contenido futurista. Por el contrario, es en la historia donde es factible encontrar un punto de encuentro de donde emergen algunas identidades comunes y fundamentales. No quiere decir esto, desde luego, que deba compartirse una interpretación unívoca de los fenómenos históricos. Pero es a partir del estudio de la historia, mucho más en la educación básica y media, que es posible para cada educando fraguarse juicios de valor iniciales sobre los acontecimientos precedentes y entender de mejor manera sus propias realidades circundantes. Es esta, además, la forma de ejercer el intelecto para ir creando una suma de nociones personales cuyo propósito, incluso más allá de los eventos históricos, es formarse un criterio general sobre la naturaleza de las cosas. Así como es primordial la comprensión de la química y la física, es decir, de la materia y del movimiento, no es posible descartar la fenomenología del “hombre y su circunstancia”, como también traemos a cuento a Ortega y Gasset. Privar a los niños y jóvenes de aproximarse a ello, como se ha hecho en Colombia, es por decirlo así un crimen de lesa educación.

Bien ha dicho el filósofo Zygmunt Baum, a raíz de los avances tecnológicos y de la actividad en las redes sociales, que en la actualidad se vive en una especie de sociedad líquida en la cual el interés de hoy, por la rapidez de la información, es completamente diferente al de ayer. Así las cosas, la realidad es como una gota en un espejo de agua que en principio crea grandes ondas hasta difuminarse y desaparecer. Y así en un reciclaje permanente, una inmanencia diaria, una actitud individual completamente desprovista de perspectiva colectiva. En ese caso, la enseñanza de la Historia serviría, no para rebelarse ante la tecnología, pero sí para insertarla dentro de un espectro que no es posible desechar, si aún se cree en la solidaridad social frente al individualismo exacerbado. No es prohibiendo el uso del teléfono celular, en los colegios, como se logran avances educativos, sino mejorando el contenido de la educación.

Podría el presidente Iván Duque, pues, presentar una nueva ley sobre la asignatura de la Historia, mejorando la 1874 de 2017, como celebración del bicentenario. Lo decimos al oído de la inteligente Ministra de Educación, en vez de seguir la ruta de una Comisión cuyos resultados están en ascuas desde entonces.