El santo de Palestina | El Nuevo Siglo
Viernes, 31 de Agosto de 2018

Cuando en febrero de 2008 recibimos la visita en Israel del entonces Mindefensa Santos, las relaciones y los niveles de acercamiento diplomático y cooperación militar entre ambas naciones eran excelentes, y la posición colombiana frente al tema palestino había sido históricamente coherente, desde cuando se proclamó el Estado de Israel en 1948 (con la bendición de la ONU, que diseñó un plan para la división del Mandato Británico de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, quedando Jerusalén y Belén bajo control internacional). La partición de Palestina tuvo luz blanca el 29 de noviembre de 1947 en el seno de la Asamblea General de la ONU, que fue aprobada por 33 votos a favor, entre ellos Estados Unidos, 13 en contra, incluyendo Cuba, y 10 abstenciones, entre ellas Colombia.

Desde los 50’s, cuando se abrieron sus embajadas, Colombia e Israel mantuvieron estrechas relaciones diplomáticas, hasta el punto de enviar en 1982 al bien acreditado Batallón Colombia como parte de la fuerza internacional vigilante del Sinaí para preservar la paz entre Israel y Egipto. Frente al ente palestino, Colombia tiene desde 1996 allí una misión especial -replicada en Bogotá- sin llegar a instancias diplomáticas del rango de consulados o embajadas, y las cosas marchaban bien.

Pero jamás se pensó que 10 años después de su visita como ministro en tiempos de la Seguridad Democrática, poco antes de abandonar su cargo, casi a hurtadillas, el presidente Santos iría a cerrarle a Israel la puerta en las narices en una actitud, por decir lo menos, descortés, al reconocer oficialmente a Palestina como un “Estado libre, independiente y Soberano”. El que toda Suramérica, con excepción de Panamá, el que 138 de 193 miembros de la ONU la reconozcan y el que el 29 de noviembre de 2012 la Asamblea General aprobara una Resolución que cambiaba el estatus de Palestina de “entidad” a “Estado observador no-miembro”, no le imprimen tal carácter, pues la primera clase de derecho público enseña que un Estado, para serlo, debe tener tres elementos fundamentales: una población, un territorio definido y pleno autogobierno. Palestina apenas tiene asegurado el pueblo, pues los otros dos elementos los tiene embolatados, porque se encuentra en conflicto permanente con Israel, aún tiene una Franja ajena, que llaman “Hamastán” y hasta su sede de gobierno, Ramala, es “prestada”, pues dicen que su verdadera capital es Jerusalén y entendemos que es “más fácil arrebatarle el Niño a la Virgen” que quitarle Jerusalén en su status de capital a los judíos.    

Pero ¿qué fue lo que motivó al gobierno Santos a reconocer a Palestina a última hora, incluso creándole un incómodo hecho cumplido imposible de desmotar al entrante gobierno Duque?  Aventuro una hipótesis: es un efecto colateral del premio Nobel de Paz. Para nadie es un misterio que Noruega es el gran patrocinador en el mundo occidental de la causa palestina y ha llegado al extremo de asumir el pago de los salarios de sus funcionarios; pero tampoco es un misterio que entre Santos y ese país, que otorga el codiciado premio, existen unas curiosamente excelentes relaciones.