El Pantano de Vargas | El Nuevo Siglo
Miércoles, 7 de Agosto de 2019

¡Es una curiosidad que llama la atención históricamente! El 24 de julio de 1819, el Padre de la Patria cumplía 36 años y para celebrar ese aniversario de su existencia heroica y generosa, en las horas de la noche, se lanzó a torpedear a los reconquistadores criminales de esta abrumada Nación y sembró, en el Pantano de Vargas, la arrebatadora semilla que fructificaría el 7 de agosto, en el Puente de Boyacá, el comienzo del fracaso de la libertad soberana. Su plan se inició escalando la cordillera de los Andes sacrificando vida de su ejército para recaer en Tunja y aterrar a sus enemigos para arrojarlos de esta tierra americana. En ese camino, relata Alberto Abello:  “Bolívar se multiplica para dar animo a estos hombres que lo siguen exhaustos, al límite de sus fuerzas y casi a rastras…deben enfrentar a las primeras tropas españoles que los combaten con unos 300 hombres”.

Al confrontarse los dos batallones, el de los realistas, comandados por el déspota José María Barreiro, éste les gritaba a voz en cuello a sus soldados ¡““Viva España! Ni Dios me quita la victoria....!, y,  del otro lado,  los inocentes  revolucionarios,  sorteando las mortales dificultades,  fueron  estimulados por el Libertador que , confiado  como lo fue siempre con sus congéneres,  entregó al humilde coronel Juan José Rondón el mando de los lanceros,  pidiéndole con fe y respeto: “!Coronel salve usted la patria”. La escena de este drama dejó muchas dolorosas secuelas, entre ellas la muerte del Jefe de la Legión Británica que se había sumado a la lucha de estos pueblos contra la tiranía de la Corona: el coronel Jaime Rooke; también padeció heridas el famoso edecán Florencio O’Leary.

Consecuencia  inmediata fue el suceso del 7 de agosto, incidente que culminó con la derrota de los “realistas “y la huida del señor Virrey Sámano, fuga tan apresurada que dio pie para que abandonara sus capitales y, más tarde,   propiciara, por orden de Fernando VII,  una armisticio entre Morillo y Bolívar, en los finales de 1820, acuerdo de paz que se burló  hasta el día de hoy, pues la guerra  se extendió en el tiempo como una tara de esta población y la paz como derecho y obligación no ha sido un sueño cumplido sino una permanente pesadilla que trastorna todas las ilusiones.

La egolatría es una enfermedad política, lacra de la idiosincrasia de estos pueblos, peculiaridad “natural” que arruina la solidaridad indispensable para la convivencia. La celebración, hoy, del antecedente del “Puente de Boyacá”, es simplemente una comedia. Esto no es exageración, el triunfo del Puente se logró gracias a la acción valerosa de Pedro Pascasio Martínez, astuto y valiente campesino, que retuvo a Barreiro, olvidado por la historia, pues lo importante fue adjudicarle el mérito al “alienado odioso” legalista quien se apropió del triunfo, afirmando que la operación militar fue por él ejecutada, pues “el Libertador se había quedado descansando en Motavita”.