Nueva realidad laboral | El Nuevo Siglo
Martes, 31 de Agosto de 2021

* Urge diagnosticar las dinámicas de empleo

* Solo así crecimiento creará plazas de trabajo

 

El impacto de la pandemia en el mercado laboral ha sido catastrófico. El más reciente diagnóstico de Organización Internacional del Trabajo (OIT) dio cuenta de que el déficit de puestos de trabajo derivado de la crisis sanitaria llegará a los 75 millones en 2021, pero si continúa el ritmo de reactivación productiva y no se presenta una nueva ola de cuarentenas y restricciones experimentaría una sensible reducción a 23 millones en 2022.

Pero el daño causado hasta el momento es demoledor: en medio del embate pandémico se produjo una pérdida de plazas y reducción de horas de trabajo equivalentes a 100 millones de empleos a tiempo completo en 2021. Por lo mismo, la agencia global previó que en 2022 el número de personas desempleadas en el mundo se situará en 205 millones, superior a los 187 millones de 2019. Una cifra que eleva la tasa de desocupación planetaria al 5,7 por ciento, porcentaje que no se veía desde 2013. Al ser la región más afectada por la pandemia, América Latina y el Caribe también es la zona más golpeada por el desempleo en el primer semestre de 2021.

Lo más grave es que el aumento del volumen de personas sin ingreso laboral es un elemento que desencadena otros fenómenos igualmente lesivos, como el aumento de las franjas poblacionales en situación de pobreza o de pobreza extrema. Lo que, a su vez, dispara otras circunstancias como la delincuencia, la exclusión social y los picos de inconformismo y protesta entre los habitantes que ven disminuir de forma casi que vertical su calidad de vida y aumentar en forma dramática el índice de necesidades básicas insatisfechas.

En ese orden de ideas, el desempleo tiene la doble connotación de ser, de un lado, consecuencia directa y palpable de la gravedad del coletazo social y económico por la crisis global por el covid-19 y, de otro,  también es causa de otros fenómenos de deterioro y descomposición de las mayorías poblacionales.

Obviamente Colombia no ha sido la excepción dentro de este complicado panorama. Tras registrar en febrero de 2020 una tasa de desocupación del 12,2%, cuando todavía no había comenzado la emergencia sanitaria, ese indicador se disparó dramáticamente a más del 21% en mayo siguiente, en medio del confinamiento más extremo para contener la curva de contagios y muertes por el coronavirus. Se habló entonces de más de cinco millones de personas sin trabajo.

Desde entonces, a medida que la reactivación productiva se fue dando la tasa comenzó a disminuir, incidida eso sí no solo por las restricciones que se reimplantaron temporalmente en medio de los picos de covid-19, sino también por las oleadas de paros y bloqueos viales registrados en los últimos meses.  Ayer el DANE presentó el último reporte al respecto, señalando que el desempleo se ubicó, con corte a julio pasado, en 14,3%. Esto implica que en el país hay 3,4 millones de colombianos desempleados.

Como ya lo advertimos semanas atrás, cuando se dio a conocer el Producto Interno Bruto del segundo trimestre, que creció un 17,6%, es evidente que la dinámica de reactivación productiva en Colombia se está recuperando a pasos acelerados, pero no ocurre lo mismo con la generación de empleo, ya sea en cuanto a reactivar las plazas que se perdieron o generar nuevas.

Aunque el Gobierno se ha esforzado por aplicar medidas de contingencia para frenar la tasa de desocupación, acudiendo incluso a subsidios a las nóminas de las empresas e incentivar la contratación de jóvenes y mujeres (figuras que se están extendiendo en el proyecto de reforma tributaria o de Inversión Social que cursa en el Congreso), es innegable que hay una crisis estructural en materia de empleo.

Pero estas son soluciones parciales y cortoplacistas. Urge que Gobierno, sector privado, academia y Congreso se sienten a diagnosticar el nuevo mercado laboral que tiene hoy el país. Hay realidades en la oferta y demanda que en medio de la pandemia ya cambiaron de forma definitiva o que, por lo menos, tardarán años en volver a los escenarios anteriores a la crisis sanitaria. Colombia, en consecuencia, urge un nuevo plan estructural y de largo plazo para generar más empleo y de mayor calidad, con índices de formalización sólidos y coberturas de seguridad social potables. Ello solo será posible si se aplica una reingeniería laboral y esta será viable en la medida en que se parta de comprender las nuevas dinámicas del mercado del trabajo y delinear políticas de largo plazo para desarrollarlo e incrementarlo.