El legado de Álvaro Gómez | El Nuevo Siglo
Domingo, 30 de Septiembre de 2018
  • Meterle pueblo a la democracia
  • El triunfo de la elección popular de alcaldes

 

Uno de los más grandes aciertos de Álvaro Gómez Hurtado, entre los muchos que tuvo dentro de su espíritu reformista, fue el de la elección popular de alcaldes que en estos días ha cumplido 30 años de su implementación.

Por entonces, se le dijo de todo y el otrora poderoso Partido Liberal llegó a oponerse, en principio, de pies y manos, haciendo todo tipo de salvedades en favor de la perversa designación de los funcionarios locales y los gobernadores prácticamente con un guiño desde el palacio presidencial, en una centralización absoluta.

Pero Álvaro Gómez siempre contestó que en Colombia hacía falta ponerle pueblo a la democracia. Y con Belisario Betancur de Presidente de la República se obtuvo sacar avante el acto legislativo que, bajo el liderazgo alvarista, cambió para siempre e irreversiblemente el sistema democrático del país.

Aparte de los ajustes que puedan hacerse hoy en día, mejorando el tema de los recursos y la capacidad administrativa, la elección popular de alcaldes sirvió, asimismo, de ignición para generar posteriormente la mayor movilización popular en la democracia participativa.

De hecho fue fácil pasar de la elección popular de alcaldes, en 1988, a la elección popular de gobernadores, a partir de 1991. Con ello, claro está, se dio fin al círculo diabólico que se había presentado durante décadas, a nivel local, en torno a que un alcalde designado tuviera a cargo varios municipios y solo los visitara una vez por semana, cuando la población tenía la suerte de ver alguna autoridad pública.

Semejante anomalía, entre muchas otras, fue superada. Hoy en día tanto en la cercanía del pueblo con sus mandatarios como en el permanente escrutinio público sobre estos es imposible echar marcha atrás, pese a ciertas voces estrafalarias que de vez en cuando se escuchan en pos de retrotraerse al respecto a la Constitución de 1886.

Desde luego todavía se puede perfilar la figura en muchos aspectos. Uno de ellos, ciertamente, la necesidad de equiparar los periodos con las elecciones de carácter nacional puesto que muchos mandatarios locales, por lo menos los de las ciudades capitales, se ven atenazados en la incertidumbre administrativa y financiera a raíz de que parte de su periodo se encuentran con ministros que están cerca de entregar el cargo, al término del gobierno central, y la otra parte se encuentran con un mandato presidencial que hasta ahora está iniciando y no le da prevalencia al régimen municipal. Por eso resulta conveniente equiparar los periodos nacionales, regionales, distritales y municipales, a fin de que exista una interacción fluida y se pueda acompasar el Plan de Desarrollo nacional con los Planes de Desarrollo locales.

Es cierto, de una parte, que es bueno preservar ambas elecciones separadamente, ya que los intereses son diferentes en uno y otro casos, pero es todavía más claro que la diferencia en los periodos ha impedido un mejor desarrollo de la democracia local, especialmente en sus características administrativas y financieras, debilitando el buen gobierno. Por eso suele recurrirse a las vigencias futuras y otros mecanismos anómalos para sacar avante las administraciones.

De hecho, la Ley de Garantías, de origen nacional, afecta decididamente el devenir municipal. Y al mismo tiempo los proyectos provenientes de las regalías no suelen presentarse porque no hay un buen engranaje entre los diferentes niveles de la administración pública. Con lo cual, por ejemplo, a 2018 se han quedado cuatro billones de pesos sin poder ejecutarse en materia municipal, por falta de acompañamiento y experticia.

La diferencia de los periodos era entendible al inicio cuando la elección popular de alcaldes se daba cada dos años. Pero ahora, cuando es cada cuatro, la llamada “mitaca” es más bien una perturbación que un factor en favor de la fluidez administrativa.

Hoy, cuando se discute si la elección popular de alcaldes requiere primera y segunda vueltas, como los comicios presidenciales, lo más importante es entender que, más que ello, se necesita una buena articulación entre lo nacional, lo regional y lo municipal.

En todo caso, valga exaltar la elección popular de alcaldes como un triunfo de la democracia colombiana, pese a todas las adversidades. Haber supervivido esta institución, en medio de los peores años de la guerra colombiana, es la demostración de que fue con votos como finalmente se derrotó el pretendido levantamiento armado.