No renuncie, Santidad | El Nuevo Siglo
Sábado, 8 de Septiembre de 2018

FRENTE a los últimos acontecimientos que empañan la imagen de nuestra Iglesia debemos los cerca de 1.300 millones de católicos - un 18% de la población mundial- cerrar filas y sumar fuerzas para rodear al Santo Padre. Quienes leímos su extensa y completa biografía El Gran Reformador, quienes oímos sus sermones, lo seguimos con fervor en su peregrinaje por Colombia, sabemos de sus condiciones de ser humano sin mácula, sensible y brillante. Debe tener algunas debilidades -siendo, como todo hombre, falible- y cargar sobre sí el peso de unos antecesores de esconder (¿remember Alejandro VI, padre de esa otra joyita llamada Cesar Borgia?) y esa pavorosa cruz de la Inquisición, que a todos nos espanta.

Pero el “Hermano Francisco” sí debe pronunciarse a fondo sobre hechos y circunstancias que envilecen la condición humana, como esas oprobiosas dictaduras del señor Maduro y de la perversa pareja presidencial que des-gobierna Nicaragua. Y ahora, lo que le corresponde al sucesor de Pedro es purificar la Ecclesia y adoptar medidas disciplinarias drásticas contra curas, obispos y hasta cardenales pederastas -por acción, omisión o encubrimiento- y contra todos los actos de corrupción al interior de la misma, que la avergüenzan y que postraron al benemérito Benedicto XVI hasta mandarlo a rezar el resto de sus días en el monasterio vaticano Mater Ecclesiae.

Frente a tales infaustos hechos, lo primero que se me vino a la mente fue recordar con nostalgia a mis tíos sacerdotes, Liborio y Santiago (q.e.p.d.) párrocos de Don Matías y Gómez Plata, par de religiosos montañeros de estola en pecho. Santiago fue el primer secuestrado de Colombia y casi asesinado por “godo”, pero eso era antes, en tiempos en que había una Antioquia grande y altanera, un pueblo de hombres libres, una raza que odiaba las cadenas y en las noches de sílex, ahorcaba los luceros y las penas de las cuerdas de un tiple… siquiera se murieron los abuelos sin ver como afemina la molicie… sin sospechar del vergonzoso eclipse... como diría el poeta Jorge Robledo Ortiz.

La considerable cantidad de curas y obispos picados del virus de la pederastia, produce náuseas. La especial condición humana homosexual, aunque minoritaria, es completamente respetable, pero la descarada explicitación del fenómeno y el abuso de menores es absolutamente reprochable en personas de cualquier profesión u oficio pero, sobre todo, en hombres en ejercicio del sagrado sacramento del sacerdocio, pues ellos son los encargados de educar a la juventud en parámetros de excelencia, sirviendo de paradigma en ámbitos de moral, rectitud, pureza, al servicio de los más altos designios Divinos.

 

Post-it.  Cuando era practicante, a finales de los 70’s, estando en Medellín, llamé al maestro Robledo Ortiz y le dije que quería hacerle una entrevista para El Siglo. Muy simpático, me dijo: “Te chiviaron, hace cinco días me entrevistaron para ese Diario”. Me quedé quieto en primera. Después le puse la queja a Rafael Bermúdez, Jefe de Redacción, y me confirmó el yerro del hombre: lo habían entrevistado para La República. Debí conformarme con rumiar mis desdichas, con las ganas de conocer al gran Poeta de la Raza.