Santa Anna y Turbaco | El Nuevo Siglo
Viernes, 14 de Septiembre de 2018

Continuando con personajes de la historia que han encontrado refugio en territorio colombiano, bien vale la pena recordar al general Antonio López de Santa Anna, quien ocupó durante seis veces la presidencia de México,  a cuya derrota en la célebre batalla de San Jacinto, se debió la pérdida del territorio de Texas.

Como consecuencia del destierro, estuvo en Cuba y Jamaica y luego terminó en Cartagena donde adquirió las ruinas de la  casa que había sido del Arzobispo Virrey en esta población, y la reconstruyó dotándola de hermosas tejas españolas… allí el general vivió cinco años, dedicado a actividades agrícolas, a prestar dinero con hipoteca, a las riñas de gallos, a repoblar a Turbaco con una falange de hijos “ilegítimos”, y a construir un cementerio y una tumba para que en México creyeran que ya sus ambiciones políticas se habían marchitado del todo y para siempre, dice Eduardo Lemaitre.

Además, compró un terreno al que bautizo “La Rosita”, en donde se dedicó al cultivo de tabaco, la cría de ganado y la pelea de gallos. Del mismo modo restauró la iglesia del pueblo, el camino real entre Cartagena y Turbaco y, como no había cementerio, promovió su construcción y se mandó a hacer su propio mausoleo.

López de Santa Anna era un personaje tan singular que ordenó que a la pierna que le cortaron “le hicieran honores militares”. Una historia bastante curiosa. Como dice Gustavo Tatis, “apoltronado y sobrecogido por la solemnidad de la muerte, el general contempló aquella ceremonia como un preludio de su propia muerte. Era como mirar su propio final. La pierna llevada en un ataúd inmaculado y las plañideras soltaron un mar de lágrimas como si el muerto fuera el mismo general”. Luego adquirió una pierna de palo.

La estadía de López de Santa Anna en Turbaco se volvió leyenda, que ha sido transmitida de generación en generación. Allá se le recuerda por su espíritu bonachón, por su vocación por la agricultura, por su afición a los gallos, porque dejó descendientes y fue su gran benefactor. En Turbaco vivió en dos periodos: uno de 1850 a 1853, y otro de 1855 a 1858. En el primer año vino una comisión a ofrecerle de nuevo la presidencia de México, pero luego se declaró dictador; en 1855 fue obligado a renunciar, salió de nuevo al exilio y regresó a Turbaco. En 1858 decidió salir del país hacia Saint Thomas, en el Caribe, por el ascenso al poder de un régimen que no le profesaba simpatía, con la intención de regresar cuando las circunstancias políticas le favorecieran; pero no fue así. El exdictador no regresó.

Dicen las crónicas que en 1859, en Saint Thomas, Santa Ana fue informado de que a instancias del general Tomas Cipriano de Mosquera quien, al parecer, era amigo de Benito Juárez -su adversario- le habían expropiado la casa donde vivió, la finca La Rosita y ordenado estrangular todos los gallos. Santa Anna murió en México, pobre y ciego, en 1876.