Ser y estar | El Nuevo Siglo
Martes, 22 de Septiembre de 2020

Quién sabe qué extraño conjuro hizo que el Día Internacional del Alzheimer coincidiera con el Día Internacional de la Paz. En Colombia suena a sarcasmo, pues la dificultad de hacer memoria está indisolublemente ligada a la imposibilidad de hacer las paces. Lo cierto es que es así. El 21 de septiembre el mundo aprovecha y llama la atención, al tiempo, sobre el Alzheimer y la paz. Una desgracia y un anhelo que en nuestro caso se conjugan en esta trágica metáfora sobre la realidad.

La enfermedad de Alzheimer es un tormento inefable, no hay manera de nombrarlo. Quienes la padecen van desapareciendo casi de manera imperceptible. Como quien se hunde lentamente en un pantano de arenas movedizas y arrastra a quienes están alrededor. Al principio son solo pequeños olvidos que nadie nota. ¿Dónde están las llaves?, tocaba pagar el recibo. ¡Ay! no te llamé. Luego empieza a afectar la vida del que la padece. Ven por mí, no sé dónde estoy. Y luego es despiadada con todo el que esté cerca. Papá soy yo, tu hija. No te asustes es solo el espejo. ¿Qué pasa Doctor, por qué mi papá no se mueve, por qué no habla, por qué no come? Es devastador. Los que están cerca ven con impotencia cómo sus seres queridos se diluyen y dejan de ser quienes fueron. Solo va quedando una envoltura que muchas veces tampoco se parece a ellos.

Somos lo que creemos que fuimos. Así lo atestigua la primera señal de identidad, el nombre. El nombre completo, con los apellidos, dice que somos hijos de alguien, que venimos de un pasado y que pertenecemos a una comunidad. El nombre no es otra cosa que la afirmación de la identidad a partir de la memoria. Sin memoria no somos ni pertenecemos a la red de relaciones que le da sentido a la vida, por eso es tan cruel la enfermedad de Alzheimer. Al que la padece le roba su identidad pues no puede recordar quiénes son los que están cerca y qué significan en su vida. Y bueno. Así se puede estar, pero es imposible ser. A los demás les arrebata la historia compartida y por venir, entonces sienten que parte de su propia vida se hunde también en el pantano. Terrible. Sin memoria no somos. La premisa aplica para las personas, para las comunidades y para el país; es lo que permite hacer la triste analogía entre el Alzheimer y la paz.

No vamos a poder vivir en paz hasta que no recordemos quiénes somos, quiénes son los otros y qué significan en nuestra vida colectiva. Para bien o para mal. La única manera de conjurar ese futuro sangriento al que nos condena la violencia, es entendiendo el pasado. Tejiendo de nuevo los vínculos de esa red de relaciones que le da sentido a nuestra existencia. Reconciliándonos. De otra forma el olvido nos va a arrebatar la historia compartida y por venir. Y bueno. Así se puede estar, pero es imposible ser.

@tatianaduplat