Diversificar bienes y servicios para no depender del petróleo | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Domingo, 27 de Septiembre de 2020
Pablo Uribe Ruan*

En su lugar pocos bienes han estado. El petróleo, aunque esté asociado con el capitalismo rentista de mediados del siglo XIX, siempre ha estado ahí, enclavado, debajo de la faz de la tierra. Algunos viajeros cuentan que ese espeso líquido negro se regaba por los desiertos de Medio Oriente. Pero no parece verídico que, sin las armas que trajo la Revolución Industrial, se pudiera extraer el oro negro.

En buena medida el petróleo ha sido para el capitalismo lo que fue la agricultura para el feudalismo: tan determinante, que, pese a sus daños al medio ambiente y algunas economías, sigue vigente como principal bien de intercambio en el comercio internacional. Hace unos años era imposible encontrarle un sustituto o al menos un competidor. Ahora no lo parece tanto, por múltiples causas.

Una de las grandes razones -quizá la que tiene más peso- es su precio. La pandemia ha cambiado casi todo, y el petróleo ha sufrido, como las economías emergentes, un golpe trasero en sus finanzas. Por los confinamientos, su precio (41,82 Brent) ha llegado a mínimos históricos y tardará años para que, si alguna vez pasa, se recupere y vuelva a aquel lugar que le permitió producir “booms” (de commodities) en América Latina, a un ritmo similar al de la literatura (por sólo décadas).

El exceso de oferta y la creciente competitividad por el auge de energías limpias hace que su costo, por más acuerdos entre los productores, se mantenga bajo y sea muy poco probable que precios vuelvan a donde estuvieron a comienzos del Siglo XXI.

Ante un futuro poco prometedor, el mundo entra en una era de precios bajos que, como dice The Economist, “no es una aberración; es un vistazo al futuro”. Para siempre no duró el oro, lo supieron los españoles, menos aún los precios en las nubes del petróleo. Adelantándose, varios países han entendido que sus economías deben construir un modelo de desarrollo que no dependa exclusivamente del oro negro.

Mohamed bin Salman, el rey de Arabia Saudí, ha sido uno de los primeros en hacerlo. “Visión 2030” es su plan de acción para mitigar dependencia del petróleo y buscar otras fuentes de crecimiento; no sorprende por eso la cantidad de inversión de su país en ingeniería y tecnología. Y así, muchos.

Dependientes totalmente del petróleo, Emiratos Árabes Unidos, Kazajistán, Botsuana también han comenzado a preguntarse qué hacer; Qatar, tan pequeño, luce fresco. Por los precios bajos en Argelia se prometió reducir el gasto público a la mitad, mientras que en Iraq prevén reducir los salarios de los funcionarios. Ni hablar de Kuwait: su déficit podría llegar al 40% del PIB, el más alto del mundo, dice The Wall Street Journal.

Que estos países estén tomando medidas es una señal de alarma para las economías que dependen del petróleo. El momento de empezar a replantear sus modelos productivos ha llegado. A pesar, como siempre, de lo tentador que sigue siendo dedicarse a la extracción de hidrocarburos: representaron el 80 por ciento de la demanda mundial de energía el año pasado, según la última edición de BP Statistical Review. Pero comienza a bajar.

Energías renovables

En su último informe de la Agencia Internacional de Energía Renovables publica que, por primera vez, la inversión de la mundial en energía renovables superó la inversión en petróleo y gas.  “El escenario parece preparado para una transición mucho más rápida de lo que se pensaba hasta hace poco, comparable en velocidad y alcance con la revolución de las tecnologías de la información de las dos últimas décadas”, comenta The Economist.

Existen múltiples formas de energía renovables. Dice el informe que países europeos, China y, en menor medida Estados Unidos, vienen invirtiendo en hidrógeno, almacenamiento de energía e instalaciones nucleares de bajo costo como sustitutos energéticos de los hidrocarburos.

El desafío, sin embargo, no sólo está en sustituir el petróleo o reducir la dependencia de él. Para regiones emergentes como América Latina y el África subsahariana el petróleo, y los hidrocarburos en general, son  la fuente de producción central de sus economías, descuadrado sus finanzas con la baja de precios. Estas externalidades limitan por años su capacidad de acción, generan la conocida “enfermedad holandesa” y desembocan el repetitivo ciclo de la dependencia petrolera.

“El escenario parece preparado para una transición mucho más rápida de lo que se pensaba hasta hace poco, comparable en velocidad y alcance con la revolución de las tecnologías de la información de las dos últimas décadas”, comenta The Economist.

Pero hay que pensar más allá. Los cambios que enfrenta la industria petrolera deben abrir el camino a la diversificación de las economías. En un proyecto del Banco Mundial para impulsar la diversificación, Nigeria y Kazajstán son mostrados como ejemplos donde se ha sido casi incapaz de diversificar la economía. En ellos, como grandes exportadores de petróleos, sólo se producen 780 y 540 productos diferentes a los petroleros, muy poco.

Para las economías emergentes diversificar es atractivo dado el crecimiento de las cadenas de valor que ofrecen más alternativas para la producción de bienes exportables. En este nuevo ciclo productivo, dice Akhtar Mahmood, del Banco Mundial, en Project Syndicate, países en desarrollo deben producir “tareas, servicios, y otras actividades” que permitan, insiste el autor, “salir de la trampa de tener que especializarse en industrias completas, con todos los costos y riesgos que esa estrategia conlleva”.

En América Latina el llamado a diversificar las economías es urgente. Atrás quedaron los años del “boom petrolero”, situación que se ha convertido en un desafío para las finanzas públicas y, en general, para la democracia. El desmonte de programas sociales y la poca inversión en áreas estratégicas son síntomas de que la crudeza con la que han bajado los precios del petróleo debe ser enfrentada con enfoques nuevos que no lleven al mismo dictamen: esperar a que recuperen.

Decía Schumpeter hace unas décadas que “la innovación es un elemento crucial en el proceso de desarrollo y está estrechamente vinculada a las inversiones”. En esa medida la producción de nuevos conocimientos debe ser el paradigma económico para aumentar la productividad y, como en 1998 explicaron Jones and Willian, el capital trabajo.

Tal tesis, más que una posibilidad, debe ser un axioma para cumplir en América Latina, donde existen cifras pavorosas de informalidad y desempleo.

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*Pablo Uribe Ruan es candidato a MPhil en la Universidad de Oxford.