Arenas movedizas de la democracia | El Nuevo Siglo
Miércoles, 29 de Septiembre de 2021

* Alud de candidatos por firmas

* Desconfianza en partidos políticos

 

 

La democracia colombiana es, sin duda, una de las más estables y sólidas del continente. Pero es claro que arrastra vicios y deficiencias que suelen evidenciarse con mayor fuerza en el arranque de las campañas electorales. La antesala de los comicios parlamentarios y presidenciales para 2022 no es la excepción.

Por ejemplo, constituye un galimatías que pese a los retiros de las últimas semanas, todavía hay más de 40 candidatos a ocupar la Casa de Nariño. Y de estos, no menos de 29 ya inscribieron sus respectivos nombres ante la organización electoral con el fin de sustentar sus candidaturas en movimientos significativos de ciudadanos, lo que implica que cada uno debe recaudar no menos de 580 mil firmas válidas para viabilizar su intención electoral. Es claro que muchos de ellos están simplemente tratando de posicionarse y dándose a conocer porque no tienen mayor caudal proselitista. Sin embargo, todo hace indicar que se repetirá lo ocurrido en 2018 cuando este tipo de aspirantes presentaron 15 millones de rúbricas de ciudadanos para ser revisadas por la Registraduría.

Algunos analistas sostienen que ese alud de precandidatos por firmas es una señal de la vigencia y dinamismo de la democracia colombiana y de la forma en que están surgiendo nuevas alternativas y discursos políticos. Otros, no obstante, señalan que es un agudo síntoma de la debilidad de los partidos. De hecho, en la amplia baraja de aspirantes hay varios dirigentes con reconocidos orígenes en colectividades  establecidas, de las cuales no han renegado sino que, por el contrario, aspiran a que sus bases e institucionalidad los terminen respaldando de manera oficial y a la hora de las urnas. En esa medida, lo que parecería darse pues es una contradicción en los términos.

De tal modo se aduce, igualmente, que más que independientes y opciones distintas a lo que proponen y representan las colectividades con personería jurídica vigente, lo que buscan estos candidatos es abanderar una alternativa pluripartidista que dé cabida a muchos sectores de orden nacional, regional y local que están por fuera de estas organizaciones políticas.

De otra parte, para nadie es un secreto que ya hizo carrera en Colombia la premisa de que, acorde con el cambiante mapa político, no hay ningún partido que por sí solo pueda llevar a uno de los suyos a la Jefatura del Estado, por lo que requiere el apoyo de una coalición. Sin embargo, es claro que la Carta del 91 estableció la primera y segunda vueltas presidenciales para viabilizar esas alianzas y dar paso a un gobierno de mayorías. Incluso, luego se dio paso a las consultas presidenciales interpartidistas -a realizarse junto a las elecciones parlamentarias- para establecer los aspirantes únicos de cada coalición antes de la primera cita en las urnas en la contienda por la Casa de Nariño. De esta manera, lo que se ha venido dando en la democracia colombiana es una confusión de instrumentos y procedimientos a través de las firmas, las consultas, los avales partidistas, las coaliciones y el trámite de la primera y segunda vueltas presidenciales.  

Por otro lado, no deja de llamar la atención que en el 2003, cuando se abrió la posibilidad de respaldar candidaturas no en avales partidistas sino en firmas ciudadanas, la filosofía inicial de esa reforma constitucional era permitir la entrada a la democracia activa y representativa de sectores que se consideraban excluidos de las maquinarias partidistas tradicionales o emergentes. Visto todo lo ocurrido en los últimos años, innegablemente el espíritu inicial de los movimientos significativos de ciudadanos se distorsionó, hasta el punto de que los partidos parecen, en principio, unos convidados de piedra a las justas electorales presidenciales, pese a que la composición del Congreso refleja un partidismo firme y vigente.

Lo que se vislumbra, entonces, son colectividades con plena vigencia parlamentaria pero absolutamente incapaces de convocatoria en torno a los comicios para Jefatura de Estado, mientras que a su vez la mayoría de aspirantes prefieren el instrumento de las firmas.

Las encuestas recurrentemente evidencian que la ciudadanía no confía en las colectividades por vicios ampliamente conocidos. Queda claro, entonces, que tras los comicios de 2022 será necesario que se abra un debate político amplio alrededor del alud de candidaturas por firmas o del fortalecimiento y depuración de los partidos. El resto es mantener la democracia en las arenas movedizas del momentum político.