Villavicencio, la puerta hacia tierras misteriosas | El Nuevo Siglo
El Nuevo Siglo
Domingo, 14 de Octubre de 2018
Diana Sofìa Maldonado*
Tierra de canto y danza, fuente de una cultura rica en tradiciones donde se mezclan los mitos con el calor de su pueblo, verdaderos amantes del campo

 

Es inevitable ver en las alturas el extenso manto verde que adorna, desde el corazón hasta los extremos, las calles de Villavicencio. La forma en la que la biodiversidad de la falda de la cordillera oriental se mezcla con esta ciudad emergente deja al descubierto esa conexión imborrable entre los pueblos llaneros e indígenas con la naturaleza.

Al pisar el suelo, la incesante temperatura tropical se abre paso con un aire cálido que penetra la piel indicando la entrada a los Llanos Orientales, región que además de ser una de las más extensas del país es reconocida por la hospitalidad y templanza de su gente, pues desde que el sol asoma sus primeros rayos el llanero emprende su primera jornada de ordeño.

Además de estos esbozos, la música y danza, poco es lo que se conoce de esta región llanera, olvidando que aquí aún se mantiene arraigada, dentro de las fibras de la gente, la cultura de los relatos, tanto de fantasía y misterio como de historia patria, pues no hay que dejar atrás el papel que jugaron estos campos en las travesías por la libertad.

Es precisamente el misticismo de los relatos los que dan vida a las noches en donde la nada paraliza, pues lo único que se ve en las lejanías son las débiles luces que emanan las luciérnagas.

Los pobladores se reúnen en las noches bajo la luna para contar sus vivencias y terroríficos cuentos.

Mitos como la “Bola de Fuego” o también llamado el “Silbón” cuentan la historia del alma en pena de un hombre que mató a su padre y que según Jeison, un fiel amante de la música llanera que narra esto sobre su caballo, “entre más cerca se escucha, él se encuentra lejos y si los silbidos suenan lejos, su espíritu está muy cerca”.

Las leyendas

Pero no es la única que se escucha entre los campos, los susurros de las leyendas más populares como la Pata Sola, Juan Machete, el Ánima de Santa Helena, el Rompe Llano, la Muelona y la Llorona dan fe de que esa cultura oral se resiste a desaparecer, pues al final del día resultan siendo un verdadero entretenimiento mientras se camina por lugares como el parque “Las Malocas”, punto clave que queda a pocos minutos de la capital del Meta en donde se puede tener un acercamiento a las costumbres de los ancestros.

Llanero por un día

El primer plato de comida se caracteriza por ser el más fuerte. Es un banquete y una predicción del arduo día que está por venir. El tradicional caldo de costilla, arepas de queso autóctonas de la región, acompañadas de huevos rancheros revueltos con salchicha, queso y maíz preparan el estómago para soportar el intenso trabajo y la sofocante temperatura que aguarda.

Al recorrer algunas de las calles de Villavicencio aún se puede encontrar la tradicional arquitectura de la tribu indígena Minga, la cual está basada en las Malocas edificadas con la palma seca cortada en menguante, como en el hotel Cinaruco Caney.

Sin embargo, es al visitar “Gramalote”, el momento en el que se entra a la casa de las costumbres llaneras, las cuales son acompañadas con la voz de un hombre descalzo y el sonido de un tiple, que fungen como los anfitriones que esperan en la entrada a sus visitantes. Con destreza en sus manos y los ojos cerrados, el cantante al interpretar la estrofa de una historia sobre el campo y el ganado, da cuenta de sus raíces.

En medio de las majestuosas palmeras, las cascadas cristalinas, el río arrebatado, el cantar de las aves típicas como los “alcaravanes” y las “corocoras”, se encuentra este campo ecológico, un sitio para ponerse en los zapatos de un verdadero llanero.

El día como un llanero inicia con un pequeño acercamiento a los caballos, una lección de cómo ensillarlos y conociendo sobre la historia de cada uno de ellos. La nobleza de estos animales no demoró en notarse, la energía que transmitían le aportaba a los jinetes la suficiente confianza para finalizar la jornada con una cabalgata por las aguas de este paraíso memorable.

Los cantos de trabajo del llano

Durante la travesía, el orgullo de Pedro Nelson Suarez, conocido cariñosamente por sus trabajadores como “El viejo Galón”, hizo que dejara escapar de su garganta rimas que hipnotizan los sentidos de los visitantes, haciendo un viaje por los recuerdos en las labores del campo. 

Con movimientos apaciguados por su vejez, “Galón” interpretaba los llamados “Cantos de trabajo del llano”, sonidos que retumban entre los ríos y grandes hatos donde el ganado agradecido por las melodías lo siguen en grandes estampidas que esperan el grito o llamado que indica que su destino ya se acerca.

“No soy brujo pero aprendí mucha vaina de esa… Potepo pa’ quemao pa’ quemao, que mi vaquita lebrujuna, que el ordeñador te espera con el rejo y la totuma… pa’ quemao”, interpreta el hombre indicando que son “cantos de ordeño” donde el llanero “palmetea” a la vaca mientras le dedica sus letras para serenarla.

Así con rimas y poemas ilustra la vida de un llanero, agradeciendo los momentos duros y de regocijo a lo largo de sus viajes en compañía del ganado y un caballo, su fiel compañero.

La expedición llanera no estaría completa sin la visita al bioparque “Los Ocarros”,  donde el paso por los senderos se convierte en una aventura por los campos de la región gracias a su gran variedad de flora y fauna más representativa como el águila de cabeza plateada, el famoso chigüiro y las icónicas guacamayas, que hacen de este lugar un tesoro en medio de la ciudad.

Sin duda recorrer cada rincón de esta ciudad, vivir su folclor, las tradiciones y costumbres llaneras, es una oportunidad para descubrir el paraíso escondido entre las paredes de los edificios, campos y trochas que identifican no solo a su población sino a Colombia entera.