Segundo grado (1) | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Noviembre de 2020

Siempre es más lo que ignoramos que lo que sabemos. La vida es un continuo proceso pedagógico: mientras aprendemos que todos los seres humanos en realidad somos uno, seguiremos juzgando y condenando el error ajeno.  De paso, el nuestro.

Ese pensamiento que juzga y condena es llamado pensamiento de primer grado, de acuerdo con la propuesta de Espiral Dinámica desarrollada por Clare Graves y retomada por Beck, Cowan y Wilber.  La espiral plantea diferentes niveles de consciencia que son incluidos y trascendidos por uno más amplio.  Los primeros seis niveles se niegan unos a otros, no pueden dialogar, son excluyentes. Grosso modo, el nivel uno es arcaico-instintivo y está centrado en la supervivencia; el segundo es mágico-mítico, sustentado en la tribu; el tercero es guerrerista, cuando emergen líderes que se destacan en esa tribu y empiezan a luchar entre ellos por el poder; el cuarto nivel apela a un orden, dado generalmente por un ser superior que establece leyes inamovibles; el quinto recurre a la razón y al paradigma científico-moderno, con gran énfasis en los resultados; el sexto nivel permite que surja un nosotros, algo un poco más ecológico, pero sigue reprobando todo aquello que pretende restringir las libertades individuales.

Cada nivel tiene éticas y estéticas diferentes: si alguien en el primero roba para sobrevivir y desde allí se auto-justifica, otra persona desde el cuarto nivel querrá caerle con todo el peso de la ley, sin atenuantes. Una banda delincuencial en el tercer nivel pelea contra otra por territorio, lo cual es entendido por una persona en el quinto nivel como un acto incivilizado, que solo pude reprimirse mediante una fuerza mayor, en apariencia legítima.  El aborto es visto por una persona de nivel cuatro como una abominación que merece la hoguera, mientras que para una de nivel seis es un derecho.  En estos primeros seis niveles es inviable el diálogo entre ellos, pues existen posturas irreconciliables que impiden la comprensión del lugar del otro.  Por ello se juzga -o se aprovecha- que alguien en nivel uno cambie su voto por una teja. O se elimina de tajo la posibilidad de la justicia transicional, pues desde el nivel cuatro es incomprensible que no haya cárcel o muerte.

Tal vez si vemos la espiral de la consciencia como un proceso educativo podamos ganar cierta comprensión: explicarle una ecuación diferencial lineal a un niño de tres años no tiene sentido, salvo que sea genio. El niño comprende solamente lo que su proceso evolutivo le permite.  La muchacha que está en curso noveno identifica que aún no puede saber lo del curso once, pero que en su momento podrá.  Así ocurre con la consciencia, se amplía: el segundo grado nos espera.