AGH, in memoriam | El Nuevo Siglo
Miércoles, 7 de Noviembre de 2018

Se cumplieron 23 años del magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, estadista conservador, quien debió ser Presidente de la República, por su inteligentzia, por su cultura, porque le cabía el país en la cabeza. No fue presidente porque los liberales todos (con excepción de su gran amigo, Alfonso López Michelsen) y la “Gran Prensa”, con El Tiempo, El Espectador y Caracol a la cabeza, se encargaron de demonizarlo, diciendo que era de derecha extrema, que era hijo de Laureano y hasta el fogoso Pachito Santos, en su diario, tecleaba barbaridades.

Quienes lo conocimos de cerca pudimos descubrir a un ser humano fascinante, con una oratoria deslumbrante y una pluma realmente sublime, en el fondo y en la forma, que se advertía en su primera gran obra, La Revolución en América, escrita a fines de los 50s, y finalmente en sus editoriales en El Siglo, su segundo hogar, donde fungió como Director por los años 80s, antes de irse de Embajador a Washington y después, al final de sus días, cuyos últimos magistrales editoriales pusieron a tambalear al gobierno corrupto de Ernesto Samper, cooptado por los carteles de la mafia, que lo eligieron, los mismos que, en connivencia con una parte igualmente putrefacta de las Fuerzas Militares, decidieron acabar con la existencia de este hombre superior.

Tremendo daño le hicieron a nuestra Patria, que perdió al mejor de sus hijos, quien tanta falta nos ha hecho en los terribles momentos de incertidumbre que ha vivido este país del Sagrado Corazón. Pero nos dejó, en su condición de copresidente de la Asamblea Nacional Constituyente, que adoptó la Constitución del 91, un enorme legado, que cambió para siempre nuestro estado de derecho. Pero más que normas -como la elección popular de alcaldes, hoy cuestionada por el cáncer de la corrupción- y más que la Universidad Sergio Arboleda -de la que fui su primer Secretario, antes de que un tal Romel Hurtado me echara- Álvaro Gómez nos legó su don de gentes, su calidad humana, que hacía que quienes estuvimos a su lado, en El Siglo, en la universidad y en la actividad proselitista, nos orgulleciéramos por poder tocarlo, verlo y oírlo, porque lo que sentíamos por él era, sencillamente, un respeto reverencial.    

Y a finales de los 80s, cuando fue secuestrado por el movimiento guerrillero M-19, hasta su liberación -un par de meses después- https://es.wikipedia.org/wiki/Movimiento_19_de_abrilcirculó la versión de que ese grupo quedó cautivado por la retórica del hombre, en lo que dio en llamarse un “síndrome de Estocolmo a la inversa” rememorando, al revés, un atraco con rehenes en la ciudad sueca, en el 73, cuando ellos preferían estar del lado de los atracadores que de la policía y cuyo caso más emblemático fue el de Patty, un año después, nieta del magnate de la comunicación amarillista americana, William Hearst, quien fue secuestrada por el Ejército Simbionés de Liberación y no solo su familia decidió donarle a los captores US$ 6 millones, sino que la tierna Patty, metralla en mano, resultó asaltando bancos para la organización terrorista. Pero con Álvaro Gómez las cosas fueron distintas: el M-19 empezó su proceso de reinserción a la civilidad.