El escapismo de una Constituyente | El Nuevo Siglo
Martes, 26 de Noviembre de 2019
  • Naturaleza de la democracia colombiana
  • Simplificaciones del entorno latinoamericano

 

Tenerle susto o prevención a una Asamblea Nacional Constituyente, en Colombia, sería tanto como desconocer que es un instrumento institucional entre los muchos que existen para poner a tono la legislación cuando sea necesario. Siendo así, este procedimiento no debería espantar a nadie, ni causar escozor alguno, puesto que es una manifestación natural de la estructura jurídica colombiana y hace parte del nutrido abanico de la democracia participativa a la mano. Pero de ahí a que hoy este sea el mecanismo idóneo para canalizar el diálogo convocado por la Casa de Nariño, a fin de sacar avante las inquietudes ciudadanas luego del paro de la semana pasada, hay un abismo.

Por el contrario, una convocatoria de este estilo sería más bien un tremendo engorro y un espacio para suscitar la discordia y evidentemente enredar el propósito de llevar a buen puerto los acuerdos que salgan del diálogo nacional ya en curso.

En efecto, lo que menos necesita el país, en estos momentos, es una Constituyente. Si bien hace un tiempo dijimos en estas líneas que, para efectos de algunos ajustes urgentes, como el de la reforma a la justicia, se podría pensar en un instrumento de estas características, concentrando temporalmente todo el esfuerzo reformista en un conjunto de expertos delegados para los efectos, no tiene ello nada que ver con la dinámica actual, cuando algunos pocos parecieran querer prolongar la pugnacidad en las calles y profundizar la desavenencia social a como dé lugar, con el objeto de sacar réditos políticos y asomar las orejas de candidaturas presidenciales prematuras, inclusive con propuestas como la de la Constituyente a través de mensajeros inopinados como algún alcalde electo regional. Que es, cual se sabe, vieja idea y concepto central del excandidato y senador opositor Gustavo Petro, incluso más allá de la estricta reglamentación que tiene un evento de este tipo en Colombia.   

Ese objetivo personalista de mantener la efervescencia de la campaña presidencial anterior intentando hacer un largo puente de crispación con la del 2022 no tiene, por supuesto, nada que ver con la solución de los problemas que el Gobierno busca actualmente resolver en asocio con la ciudadanía, sino que por el contrario es la demostración fehaciente de que hay quienes todavía quieren pescar en río revuelto y tratar de atravesarse en cualquier ruta que suponga dar curso organizado al estado de cosas. Que es, a la larga, lo que ciertos agentes políticos quisieron llevar a cabo al alero del paro y la protesta social reglamentada, que terminó el mismo jueves, y que sin embargo se han dado mañas en pretender prolongar para producir una sensación de inestabilidad y buscar un efecto demostrativo equivalente al de otras partes de Latinoamérica. Lo que no es cierto…

Efectivamente, según es fácil constatarlo de la realidad de las semanas recientes, ni aquí el presidente hubo de trasladarse a otra ciudad a raíz del estallido social contra los ajustes tarifarios y fiscales sorpresivos, como en Ecuador; ni los resultados de la jornada colombiana son equiparables a los telúricos hechos de Chile, suscitados en buena parte por la extraña opinión presidencial inicial de que una protesta social es una guerra y donde se han contabilizado decenas de muertos; ni mucho menos es igual al derrumbe del gobierno boliviano a raíz de un fraude electoral comprobado y la reacción civil a la perpetuación desembozada; ni tampoco, como en Perú, el Congreso está cerrado por el Ejecutivo de cuenta de los oídos sordos a las reformas populares; ni el primer mandatario, al modo mexicano, cohonesta insólitas turbamultas armadas contra las decisiones de la justicia; ni hay tiquetes presidenciales electos, acorde con el procedimiento político argentino, como mampara para burlar las órdenes judiciales; ni desde el solio se agudiza la polarización con trinos, a semejanza del Brasil; ni todavía menos se desconocen olímpicamente las masivas y continuas marchas de un pueblo cercado y hambriento, al tenor de la cínica conducta del régimen venezolano, a fin de eternizar su cleptocracia y tiranía…

Colombia, claro está, tiene ingentes problemas e inconformidades a resolver, y desde luego mantiene identidades explícitas de honda raigambre latinoamericana, siendo uno de los países primordiales del continente, lo que por demás hace parte de su fortaleza, pero asimismo goza de características diferenciadas que bien vale apreciar en virtud de no caer en simplificaciones y derivar conclusiones engañosas o interesadas, comenzando por su hondo sentido democrático, la trayectoria histórica de sus instituciones y la autoridad serena para resolver los problemas de la que está haciendo gala el presidente Duque.

De hecho, la propuesta de la Constituyente adoptada en Chile como fórmula para superar la crisis es, palabras más, palabras menos, una copia de lo hecho exitosamente por nuestro país hace 30 años para desbloquear el sistema con nuestra Constitución de consenso. Por el contrario, descaminar lo andado sería, para Colombia, una regresión inaudita, una fuga hacia atrás, una escapatoria decadente, cuando de lo que se trata, en cambio, es de utilizar el ánimo del diálogo cívico y el espíritu consensual de las instituciones constituidas desde entonces para zanjar las vicisitudes, actuar con dinamismo y energía, y abrirle el camino a la esperanza.