La caída de Morales | El Nuevo Siglo
Martes, 12 de Noviembre de 2019
  • Liberación del pueblo boliviano
  • La democracia no admite sultanatos

La caída de Evo Morales, en Bolivia, es la demostración flagrante de que se había cometido un fraude escandaloso para perpetuarlo en el poder. Es la advertencia, desde luego, para aquellas supuestas democracias latinoamericanas que usan este sistema como mampara de las satrapías, al estilo del régimen madurista en Venezuela.

No puede a ello, pues, dársele la connotación de ninguna crisis social, salvo por la exasperación democrática de un pueblo que finalmente se resistía a la dictadura velada del gobierno para un solo sector de la población. En esa medida, lo sucedido en Bolivia es un grito de liberación institucional frente al esquema del sultanato, denunciado no hace mucho tiempo por el filósofo y politólogo italiano Giovanni Sartori, de acuerdo con cuya tesis hay regímenes que se escudan en la democracia para sus propósitos de eternización y cleptomanía.

El caso de Argentina fue exactamente el contrario. Allí, en medio del desenvolvimiento de la democracia, con propuestas paralelas a raíz de los drásticos ajustes económicos, con miras a poner algún día las finanzas en orden, se vio una alternación interpartidista en la cúpula del poder, respetando en todo momento el registro electoral. Aun en medio de las tensiones propias de la polarización entre el peronismo y quienes buscan consolidar nuevas alternativas para el país austral, el presidente saliente, Mauricio Macri, y el entrante, Alberto Fernández, iniciaron un empalme inmediato en buenos términos y sobre la base constitucional de la unidad nacional. En ese sentido, Argentina ha dado muestras de que es un país eminentemente democrático y que podrá darse el esquema gobierno-oposición. De hecho, muchos apostaron a que Macri no terminaría su mandato, pero la realidad demostró lo contrario.

En Brasil, de otro lado, el expresidente Inacio Lula Da Silva fue excarcelado tras una intempestiva sentencia de las autoridades judiciales supremas que sostiene que nadie puede estar sometido a medida de aseguramiento en prisión hasta que no esté surtido el trámite completo de las apelaciones correspondientes. Aunque ello promete profundizar la polarización entre el gobierno de Jair Bolsonaro, elegido democráticamente, y los sectores afectos al Partido de los Trabajadores, bajo el liderazgo de Lula, hasta el momento se mantienen los canales institucionales. Y no por las tensiones y el odio que algunos mantienen contra Bolsonaro, puede decirse que Brasil entrará en crisis.

En el Ecuador, por su parte, la resistencia progresiva a los ajustes adoptados por el gobierno de Lenín Moreno, a raíz de la plataforma de reformas aconsejada por el FMI, se ha ido apaciguando con base en los propósitos gubernamentales de generar un mejor clima social. Es claro, de otra parte, que la oposición patrocinada por el expresidente Rafael Correa tiene que ver con el escándalo de Odebrecht y la judicialización respectiva. Se sabe que el exmandatario aprovecha cualquier circunstancia para erosionar la democracia y buscar los mecanismos que le eviten cumplir los fallos adversos dictaminados por los tribunales. Algo parecido sucedió en el Perú, cuando por las mismas circunstancias de la cuestionada multinacional brasileña, la legislación anticorrupción del Gobierno fue bloqueada reiteradamente por el propio Congreso, a tal punto de que este último tuvo que ser cerrado por el presidente Martín Vizcarra, que citó a nuevas elecciones parlamentarias.

En Chile, asimismo, el presidente Sebastián Piñera enfrenta una aguda conflagración social. Este país ha sido gobernado, en su gran mayoría, por gobiernos de estirpe socialista o social-demócrata desde la caída de la dictadura pinochetista, hace más de 30 años. La salida a la crisis que va encontrando Piñera tiene que ver con una amplia gama de reformas, inclusive una asamblea nacional constituyente, que permita adecuar las instituciones chilenas a los tiempos contemporáneos, dejando atrás la herencia normativa de la época de Pinochet.

De acuerdo con todo lo anterior son muy diferentes las situaciones que viven cada uno de los países de Suramérica. Meterlo todo en un solo saco es no comprender las circunstancias particulares de cada nación y el diferente nivel de democracias que se da en el continente. En todo caso, Bolivia debe servir de ejemplo para quienes irrespetan de modo flagrante el sistema democrático y se mantienen asidos al poder como si el país fuera un club en el que cada quien tramita sus intereses creados. El caso más patético, por supuesto, es el de Venezuela, donde Nicolás Maduro sigue atornillado y no parece haber una salida a la vista, puesto que una y otra vez se ha burlado de la democracia. Pero la democracia, en su sentido más estricto de respeto a los canales institucionales y de elecciones limpias, es el único antídoto frente a quienes quieren apropiársela, como Evo Morales, para no dejar nunca el poder.