Pobre y sublime Pesebre | El Nuevo Siglo
Jueves, 23 de Diciembre de 2021

Ayer, como todas las madrugadas (aunque llueva) caminé por el sendero donde se ve la escultura del Hermano Francisco de Asís, Santo de la pobreza, la mansedumbre y la paz e hice escala obligada para rezar y agradecer nuevamente al hombre por haber recreado la historia el Pesebre, por allá en una gruta de Greccio, Italia; y esta noche habremos de recordar que cuando allí las familias estaban reunidas alrededor de las chimeneas en sus hogares, ocurrió un milagro: las campanas de la iglesia empezaron a replicar solas, sin permiso ni ayuda de ningún monaguillo y el párroco del pueblo ni siquiera había musitado palabra sobre celebrar Misa de Gallo y, en lo alto de la montaña, emergió la escuálida figura del Santo quien empezó a llamar a la asustada feligresía para que subieran rápido y presenciara, en vivo, el Pesebre de la Natividad, al que llegaron a tientas, alumbrando el sendero con antorchas en una noche fría y oscura, y al punto cayeron de rodillas al ver el replay magistral del magno evento, como trasportados a Belén de Judá; y llegaron los regalos, villancicos, el buen vino, las viandas y colaciones para celebrar y compartir.

Esta tradición jamás se perderá y, además, cada año tomará más fuerza y en torno del hogar -dulce y cristiano hogar familiar que los progresistas quieren pulverizar, por cuestión política- habremos de reunirnos para dar gracias al Señor por el mayor de sus milagros, enviarnos a su hijo humanado, nacido de las entrañas de la Virgen María, para salvar a la humanidad, aún a sabiendas del suplicio y crucifixión que se le venían por delante, por causa de la maldad del hombre, muestra de la implacable decisión del Creador por garantizar a sus criaturas el derecho a la libertad…aún para asesinarlo y clavarlo en una cruz.

Flaco servicio prestaríamos en propagar rivalidades injustas frente al original obispo católico turco San Nicolás de Mira (llamado luego Santa Claus o Papá Noel), que vivió en el siglo IV D.C, personaje al que pintaron de rojo, le agregaron carnes, barba blanca y cachetes para hacerlo lucir más generoso y bonachón, del que se apropiaron los anglosajones y lo montaron en un trineo tirado por renos desde el Polo Norte para llevar regalos a los niños, que metía a las casas por las chimeneas.

Mucha imaginación, pero también estrategia comercial para promover las ventas y el jolgorio, lo mismo que ocurre con la fiesta propiamente cristiana. Pero nuestro Niño Dios es único e indestronable: Él es, en sí, el mayor regalo del Padre a sus hijos y los presentes que primero le llevaron fueron oro, incienso y mirra. San Nicolás lo que hizo fue replicar la entrega de regalos y dulces a los niños, en tal fecha, cosa que deberían hacer todos los obispos y curas del mundo para conmemorar el acontecimiento.

Post-it. Qué dura esta primera Navidad sin Rodrigo, nuestro hermano del alma. Hoy rezaremos una oración por todos los pacientes covid, por quienes perdieron la batalla, por quienes la han ganado, y por sus seres queridos, víctimas todos del temible flagelo. Que el Niño Dios guarde y proteja a la humanidad en esta época tan difícil.

¡Feliz Navidad!