El rezago multilateral | El Nuevo Siglo
Lunes, 27 de Diciembre de 2021

* Primacía de los intereses nacionales

* Cambio climático y pandemia

 

 

Hace no mucho tiempo se pensaba que la redención del mundo pasaba por el multilateralismo. Así ocurrió desde la Segunda Guerra Mundial, cuando se fundaron las Naciones Unidas y se adoptaron decenas de entidades con el fin de lograr la integración global para enfrentar aspectos cruciales de la humanidad. Lo mismo ocurrió a nivel de los continentes y también por materias, como la seguridad, la economía o el ambiente. Pero todo ello ha quedado de algún modo en entredicho a raíz del manejo orbital de la pandemia del coronavirus.

En efecto, por ejemplo, el debate sustancial de la Organización Mundial de la Salud (OMS) radica, hoy en día, en que debe lograrse la vacunación con doble dosis hasta el último rincón del planeta en vez de recurrir a la triple o cuádruple inyección (no se sabe cuántas más) en unos pocos países. Porque de esta manera, en vez de garantizar la inmunización del mundo entero, que impida el surgimiento de nuevas variantes, lo que se hace es permanecer en un círculo vicioso que, a fin de cuentas, promueve la infección y obstaculiza el finiquito epidemiológico. Existe, pues, una contradicción insalvable entre los objetivos internacionales y los de cada país ¿Cuál prima?

A esto se suma, desde luego, el capricho temerario de los no vacunados que sigue representando una porción considerable del orbe. En ese sentido, tampoco se ha encontrado globalmente una fórmula que los haga entrar en razón, puesto que en muchos países impera el sistema de libertades. No pocos creen, ciertamente, que las vacunas son una argucia para enriquecer a los laboratorios o utilizar el organismo humano de chivo expiatorio, aun si los biológicos se han demostrado como la respuesta de la ciencia en un lapso tan corto. Pero eso los tiene sin cuidado, pese a que basta con revisar las crónicas en cualquier periódico, nacional o internacional, y corroborar el desencanto de los miembros del sector salud que están exhaustos e irritados de atender, en las unidades correspondientes, las urgencias por demás mayoritarias y propias de aquella terquedad incomprensible. Podría haberse pensado, al respecto, en una gran campaña pedagógica universal, pero, claro, sin vacunas para todos los continentes, sin distinción, esto es inviable.   

Por otra parte, no deja de ser un reproche global que, a dos años de esparcido el virus desde China, no se tenga certeza alguna de qué fue lo que realmente ocurrió. Las respuestas han sido a todas luces insuficientes, de forma que sigue sin haber claridad y ninguna hipótesis ha sido comprobada. Esto, además, en un globo que se precia de la más alta tecnología y de la información en tiempo real. De modo que el multilateralismo ha sido deficiente, no solo en cuanto a la vacunación orbital y una pedagogía científica planetaria, sino frente a las exigencias informativas globales en un tema de semejantes características.

El punto, no obstante, va incluso mucho más allá. Se ha dicho, de forma reiterada, que más pronto que tarde vendrán nuevas epidemias con su azote mundial. Ante esa advertencia rotunda, no parecería sin embargo haberse tomado el toro por los cuernos, embebidos por el momento en superar el desdoblamiento vertiginoso de ómicron del que, asimismo, todavía poco se sabe con plena certidumbre, salvo por la extraordinaria velocidad del contagio. De hecho, cada nación va adoptando las políticas de salud pública sobre la marcha y atenidas a la experiencia de lo que ven en otros lados.    

Pero las falencias del multilateralismo no solo se han hecho evidentes por esta única vía catastrófica. Tómese, de la misma manera, la acción mundial contra el cambio climático. Mucho se habló, en este año, de la cumbre de Glasgow. Podrá decirse lo que se quiera, pero el hecho central es que no se lograron políticas vinculantes para que el planeta pudiera actuar como un todo frente a las lesivas realidades del calentamiento global. Incluso, varios países determinantes no participaron. Como en el caso de los que no quieren vacunarse, frente al coronavirus, el mundo dejó una gran ventana abierta para quienes no quieren actuar en la lucha necesariamente orbital contra el cambio climático. Al no crear políticas vinculantes en la materia, como viene ocurriendo desde hace tiempo, se dejaron de lado las certezas científicas, con la esperanza de que éstas se muestren fallidas cuando ya no haya mucho que hacer.

Podrán contarse otras fallas del multilateralismo, como las atinentes a la inseguridad cibernética. O también las vulnerabilidades en que todavía se desenvuelven las cadenas productivas y de suministros, circunstancias a las que no estábamos acostumbrados. Por supuesto, tampoco es que no se hayan tomado acciones en múltiples frentes. Pero siempre es legítimo esperar mucho más de las instituciones internacionales, cuando parecen quedarse rezagadas ante los retos decisivos del mundo contemporáneo.