La reivindicación del presidente Sanclemente | El Nuevo Siglo
Domingo, 30 de Junio de 2013

En carta abierta en 2003 al historiador Alberto Abello, el exmandatario liberal criticó con fina ironía y erudición histórica el escrito del primero en donde mencionaba al expresidente Sanclemente y su papel en la Guerra Civil de los Mil Días

“CARTA ABIERTA A DON ALBERTO ABELLO

Estimado amigo:

La editorial Planeta ha tenido la feliz iniciativa de reeditar el libro del inolvidable Alfredo Iriarte, sobre las mistificaciones de la Historia. Lleva por título Lo que lengua mortal decir no pudo y este debería ser el título de mi escrito, propio para ser leído por las gentes de la tercera y cuarta edad.

¿Quién podría cuestionar su documentado relato sobre la batalla de Palonegro, redactado en forma clara y amena, que es un deleite para el lector? Solamente me atrevería a señalar un vacío: el papel decisivo que desempeñó en la planeación de la victoria gobiernista el Presidente, don Manuel A. Sanclemente, a quien los cronistas de todas las épocas han hecho pasar por un anciano decrépito, un sonámbulo mental que, en el ejercicio del mando, se desplazaba entre Anapoima, Tena y Villeta, mientras sus áulicos en la capital de la República, abusando de la confianza que en ellos depositaba el mandatario, gobernaban a su antojo el país, según la leyenda, difundida a través de los años, de que, para dictar decretos y resoluciones, utilizaba un sello de caucho, adulterando su firma.

Con tal pretexto fue derrocado, por medio de un golpe de Estado, el 31 de julio de 1900, y sometido a toda clase de vejámenes por los conspiradores, afiliados al grupo de los "históricos", opuestos en el seno del Partido Conservador a los "nacionalistas", que habían concebido y ejecutado la coalición con el presidente Rafael Núñez, en lo que se conoció como la "Regeneración".

No es imposible que para justificar el quebrantamiento del orden constitucional se empañara su obra de gobernante y llegara su humillación al extremo de que haya sido imposible establecer a cabalidad el sitio donde reposan sus restos en la región de Villeta, en donde se encontraba cuando fue depuesto por los militares al servicio de los insurrectos.

Sin   embargo,   gracias   a   un  documento de   su   puño   y   letra,   que  reposa  en poder  de alguno de sus descendientes, y cuya  fotocopia  me  permitiré  remitir  a   la Academia de Historia, es claro que no solamente conservaba su lucidez mental sino que disponía de informaciones completas sobre el estado de la Nación en el turbulento período de la guerra civil de los Mil Días.

Se trata de una carta, con las respectivas correcciones de redacción, en donde el Presidente le imparte instrucciones precisas al Ministro de Guerra para hacerle frente a la embestida liberal (la expresión es mía) en el departamento de Santander. En una carta fechada en Tena, el 24 de marzo de 1900, dispone el Jefe del Estado la forma como debe integrarse un ejército suplementario de 10.000 hombres, indicando minuciosamente las guarniciones a donde deben ser movilizadas las tropas acantonadas en el centro del país y la ruta que deben seguir, para reunirse en lo que fuera más tarde la Colina de Palonegro.

Transcribo algunos de estos párrafos: "Como se ve, el ejército al servicio de la nación en Santander no obstante ser numerosos, bien disciplinado y decidido por la legitimidad, es insuficiente para debelar la revolución en aquel Departamento, supuesto que hace meses que está a la defensiva. Si continúa en ese estado de inacción, como la correspondencia oficial lo da a conocer, a la larga la ruina de la nación será indefectible". Y agrega: "Necesitamos, pues, hacer un esfuerzo supremo para poner dicho ejército en un pie de fuerza tal, que pueda obrar activamente y poner término a la guerra que está desolando el país. El esfuerzo consiste, en mi concepto, en que V.S. active el envío de fuerzas a Santander de las dirigidas por la vía de Ocaña, hasta 10.000 hombres más si fuera posible...".

Enumera, enseguida, con una precisión solo comparable a la del actual presidente Uribe, guarnición por guarnición, de qué procedencias se debe integrar la tropa: cuántos hombres del Tolima, cuántos de Antioquia, cuántos de Boyacá, hasta completar 9.400 hombres, que podrían elevarse a 10.000 con 600 del ejército de reserva de Cundinamarca. Es el esfuerzo que él propone enviar al general Casabianca en el menor término posible, y concluye con una frase de sabor churchiliano: "Un acto de energía, como el que indico, salvará la República; pongámoslo, pues, por obra sin vacilar".

¡Y pensar que la batalla de Palonegro tuvo ocurrencia un mes largo después de esta misiva y, no obstante la victoria de las fuerzas gobiernistas, el Presidente constitucional fue depuesto cuatro meses más tarde!

Por lo que a mí respecta, no me cabe duda de que la suerte del gobierno conservador se jugó y se ganó militarmente, gracias a la inspiración y a la dirección del Jefe del Estado, a quien se ha hecho pasar a la Historia como un hombre pusilánime y al  que fue necesario deponer para salvar a la República.

Hasta los propios liberales, encabezados por el general Benjamín Herrera, concibieron la esperanza de una paz honrosa con el ascenso al solio de Bolívar del vicepresidente de la República, don José Manuel Marroquín. Patético ejemplo de la manera como los medios de comunicación consiguen, cuando se lo proponen, desviar la atención pública hasta desfigurar para la eternidad a determinadas figuras históricas.

Lejos de ser el presidente Sanclemente un pobre diablo, me parece que se impone reconocerle su carácter de arquitecto de la victoria que inclinó la balanza a favor de la causa conservadora en el más cruento de los enfrentamientos de nuestras guerras civiles, como fuera la batalla de Palonegro”.

Alfonso López Michelsen

El Tiempo, marzo 9 de 2003

 

 

La gloria de Próspero Pinzón y el drama de Sanclemente

 

Frente al sorpresivo mensaje del expresidente Alfonso López, el historiador Alberto Abello se reafirmó en sus planteamientos y sacó a relucir algunos argumentos que había omitido para no oscurecer la figura de Sanclemente. Hasta ahí llegó la polémica con López, que culminó con una larga charla sobre historia y un par de whiskies

 

Respuesta a la carta del expresidente Alfonso López Michelsen.

“Me es altamente grato y honroso responder su trascendental mensaje sobre el apasionante tema de la reivindicación histórica de Manuel Antonio Sanclemente, a cien años de esos trágicos acontecimientos que nos condujeron como ciegos al abismo del desangre nacional, la quiebra económica, el golpe de Estado del 31 de julio de 1900 y la pérdida de Panamá

Sacar del limbo la controvertida figura de Sanclemente es un acontecimiento historiográfico. Comparto su tesis, en cuanto el ínclito político de Buga "no fue un pobre diablo", así lo trataran como tal los golpistas que lo ultrajaron en su alta investidura y dignidad.

El juicio histórico sobre Sanclemente es uno si se trata de un "venerable anciano" inimputable, exaltado por Don Miguel Caro al poder, para gobernar tras bambalinas. Muy distinto lo cataloga la historia de probarse que  gozaba a plenitud de sus facultades y se hacía el enfermo. Lo segundo lo haría responsable de hechos de suma gravedad, como la prórroga del contrato del Canal de Panamá, cuando se suponía que era presa de la camarilla política, que conservaba un sello con su firma y que lo rodeó en el virtual exilio de Anapoima, Tena y Villeta.

El expresidente López cita como fuente documental sobre la Batalla de Palonegro el  escrito poético de Alfredo Iriarte, que por brillante que sea en el aspecto literario no resiste comparación con un documento testimonial sobre la Batalla de Palonegro, escrito por un soldado que estuvo a las órdenes del general Próspero Pinzón, como es el caso de Adolfo Córdoba, cuyo ensayo se publicó en Popayán en 1904 y corrobora los testimonios y fuentes militares conocidas de esa época.

Convertir hechos inequívocos, como la indiscutible victoria del General Próspero Pinzón y atribuírsela al presidente Sanclemente, por una  carta en la que se repiten las recurrentes exigencias de Pinzón y Casabianca en materia de tropas y desplazamientos de las mismas, un mes antes de la batalla, en un país incomunicado e incendiado donde el Estado no tenía pleno control de la situación, no demuestra que esas movilizaciones se hubieran podido cumplir matemáticamente y en el lapso que se les quiere atribuir. Tampoco se ha establecido si la misiva llegó a sus destinatarios o se escribió a posteriori, para medir su fiabilidad. La morosidad oficial en esos tiempos era una lacra invencible. Los laureles de la gloria en el campo militar se obtienen en la zona de combate, in situ, es decir, en la propia batalla.

La carta de Sanclemente, en caso de ser inédita, dado que estuvo durante cien años a la sombra, resguardada misteriosamente de la curiosidad de los colombianos por el amoroso cuidado familiar, suscita la inquietud de saber la razón por la cual los primeros interesados en defender su buen nombre y gobierno, no hubiesen dado a la publicidad tan valioso escrito a sus contemporáneos. A menos que se trate de un escrito conocido de algunos de sus descendientes, que suelen caer en la argumentación sentimental y acrítica, la que nada tiene que ver con el rigor metodológico de escribir la historia, valorar lo fáctico, ni resiste el escrutinio científico.

El escrito de Sanclemente, de seguro, no basta para probar por la vía grafológica que no sufriera de deterioros temporales o graves de memoria. Los testimonios de la época nos hablan, por ejemplo, de temblores de reposo en las manos, que suelen tener quienes se ven afectados por la enfermedad de Parkinson, que afecta los movimientos y la capacidad de expresarse por escrito. Tampoco el documento borra los testimonios irrecusables de personalidades de la época, incluso de defensores tan importantes y de probada solidaridad como Don Miguel Antonio Caro, al que se le escapó un comentario mordaz sobre la entrevista que tuvo con Sanclemente antes de su posesión, cuando un amigo le pregunto cómo había encontrado al político de Buga y el jefe nacionalista le contestó: "Ahora comprendo por qué cayó el gobierno de la confederación". Además, como es público, el sanedrín de Villeta no permitió que los médicos examinaran al Jefe del Estado, para conocer con exactitud de su salud y despejar las dudas nacionales e internacionales sobre el estado físico y mental del gobernante. El escritor Cayo Leonidas Peñuela recoge los incidentes de la entrevista del general Próspero Pinzón con el presidente Sanclemente, en ocasión de su regresó a Bogotá, después del triunfo de Palonegro y cuando su prestigio como militar y autor de la victoria que salvó al régimen nacionalista estaba por las nubes: "Al momento le anunció Pinzón su visita al doctor Sanclemente, y al siguiente día se puso en camino; de Facatativá le repitió el aviso, y, en llegando a Villeta, le envió uno de sus ayudantes a cumplimentarlo y anunciarle que dentro de breve rato pasaría a saludarlo y presentar personalmente sus respetos. Así lo hizo, y al hallarse ya frente a frente, la contestación del anciano al primer cumplido fue: 'Celebro verlo, general Franco'. Aclárale el visitante su propio nombre, y entonces el anciano le repite 'Ah sí, general Franco Pinzón' ".

La neurociencia actual muestra que Sanclemente padecía de un deterioro de memoria que abarcaba tanto la dificultad para el recobro de hechos recientes como pasados, y en otras ocasiones ni siquiera retenía los hechos acaecidos inmediatamente. Similar a lo que ocurrió al general Pinzón con el Presidente, pasa con un ministro que nombró para su primer gabinete y que nadie recordaba, en cuanto reposaba en el cementerio hacía años, y la carta a otro, que había destituido meses antes y que, de improviso, creyó que seguía en el cargo. Como es obvio, un presidente que vive sumido en sombras borrosas y no reconoce al más alto general de su época, que se cubrió de gloria en Palonegro, no está en condiciones de gobernar, como se puede comprobar en textos de neuropsicología como el de Habit, Junqué & Barroso, Ardila & Rossell.

Nota: En esos tiempos el viaje de Honda a Bogotá demoraba tres meses, por lo que una misiva que debía influir en el alto mando militar y recorrer el país, tardaba varios meses en llegar a sus diversos destinatarios para que tomaran las medidas que propone Sanclemente, lo que se habría cristalizado mucho después de la batalla de Palonegro”.

Lecturas Dominicales de El Tiempo, marzo 23 de 2003.