ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Jueves, 20 de Junio de 2013

Que quiso ser buey

 

Qué  bueno fuera que de vez en cuando gobernantes y líderes políticos hicieran una pausa en su agenda para reflexionar, por un breve instante, acerca de su oficio. En este ejercicio podría ayudarles la relectura de las fábulas que todos los niños del mundo -incluso ellos- han leído alguna vez como parte de su educación moral y literaria, y por quéno, política.

Al presidente Santos se le podría recomendar, por ejemplo, aquella fábula de La Fontaine sobre la rana que quiso hincharse como un buey y acabóhinchándose tanto que, infelizmente, reventó. Termina el fabulista diciendo que hay por todas partes mucha gente parecida a la rana, y que “Cualquier ciudadano de la medianía se da ínfulas de gran señor. No hay principillo que no tenga embajadores. Ni encontraréis marqués alguno que no lleve en pos tropa de pajes”. A veces da la impresión de que ese fuera el caso de este gobierno en política exterior.

Innegables los logros que ha cosechado en ese campo durante estos tres años. Se ha distensionado la relación con vecinos, Colombia se ha incorporado en la emergente arquitectura institucional regional, su imagen se ha transformado sustancialmente en el exterior, se ha avanzado en la diversificación geográfica de la diplomacia y en la promoción exitosa de nuevos temas en la agenda global -como los "Objetivos de Desarrollo Sostenible" en Río+20-, la Alianza del Pacífico es hoy una realidad promisoria como desafiante, y el país fue invitado con inédita velocidad a recorrer el camino para ser admitido en la OCDE.  Incluso el fallo de La Haya es un triunfo para Colombia (que ahora tiene un título del que antes carecía sobre la mayor parte del Caribe Occidental), aunque la opinión siga obnubilada con el mito del despojo y sus cada vez más inverosímiles variantes.

Pero al mismo tiempo, este gobierno ha salido a autoproclamarse representante y voz de América Latina en el Consejo de Seguridad, a ofrecerse como mediador en la crisis nuclear norcoreana, a vaticinar -oráculo de Anapoima- el inminente fin del conflicto israelo-palestino, y a anunciar su intención de ingresar a la OTAN.  Sus palabras son su perdición. La improvisación del discurso y la retórica de la desmesura banalizan los logros reales y lo ponen en ridículo, dentro y fuera del país, reduciéndolo todo a una muestra más de arribismo, y entrañan el riesgo de llevar a su política exterior a correr idéntica suerte que la rana de marras.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales