Pocas épocas más propicias para verificar el pésimo servicio que prestan algunas aerolíneas que la temporada decembrina. Insuficiente tripulación lo que significa interminables colas y un servicio intolerante, irascible y acumulador. Los aviones muestran señales de agotamiento, quizás por su escasa supervisión periódica o quizás por su excesivo uso, o por ambas o qué sé yo.
Es cierto que más vale llegar tarde a nunca llegar, pero que el defecto aeronáutico se convierta en una constante (lo que implica atrasos de vuelos, pérdida de conexiones y, en fin, un reiterado maltrato al impotente usuario) es una cuestión digna de revisión por parte de las competentes autoridades (y de las incompetentes también).
Las redes sociales se muestran saturadas con mensajes cargados de legítima molestia, incluso de rabia supina sin que la situación mejore de un periodo a otro. Lo grave es que las redes no sustituyen a las autoridades que por ley tienen la capacidad de imponer las sanciones a que haya lugar y llamar al orden. Cierto es que las redes en ocasiones son más eficaces que la burocracia pero cuando la enfermedad es crónica y su cura no se avizora en el horizonte, las mismas son pequeñas, aburridoras y cotidianas estrofas del mismo paisaje. Las quejas sociales son parte del paraje navideño y fungen más como una voz de desfogue que como remedio a tan mal lograda enfermedad social.
Desde que yo tengo uso memoria, Avianca siempre fue ejemplo de desorden, despilfarro, ejemplo de la anti administración y del pésimo servicio, sin consecuencias ni responsables. Pero ese “patrimonio” nacional, una vez enajenado a los capitales extranjeros, mostró señales de superación hasta el punto que la gente empezó a hablar bien de ella.
Empero, los gozosos tiempos y el ejemplo del buen servicio al cliente se ha visto reiterada y constantemente opacado en las últimas épocas, en especial en las de mayor afluencia de usuarios. Pareciera ser que se sentaron en los escasos laureles que habían construido para volver por el sendero del maltrato, la desidia, la irresponsabilidad y el caos.
Todo lo cual, por demás, se ve cobardemente burlado porque colocan como escudos humanos a unas caritativas caras tan impotentes como el propio viajero quienes detrás de unas máquinas obsoletas y lentas nada o poco solucionan. Y cuando lo solucionan, lo hacen de manera inoportuna e insuficiente.
Urge entonces pasar de la queja en las redes a la masiva queja ante los jueces y autoridades para ver si algún día podemos llegar a decir que Avianca a pesar de no pertenecernos sigue siendo “patrimonio nacional”.