Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Diciembre de 2015

Ya le revocaron el mandato

POR algunas horas alcanzamos a ilusionarnos con la resurrección de la democracia en Venezuela. Las elecciones del domingo pasado transcurrieron en paz. El pueblo se pronunció, en lo que se interpreta como un no rotundo a la gestión de Nicolás Maduro. Si hubo intento de fraude literalmente desapareció entre la  formidable avalancha de votos que los ciudadanos consignaron por encima de las amenazas contra los opositores del régimen.

El Presidente Maduro apareció extrañamente, prudente y conciliador, diciendo que  él y sus partidarios respetaban el resultado electoral. Esto se explicaría, según los informes del Nuevo Herald, en Miami, porque los militares venezolanos, con el Ministro de Defensa a la cabeza, Vladimir Padrino López, se negaron a participar en un eventual fraude. Según el periódico, que cita a la Associated Press, el tema se discutió días antes en un encuentro, en el Fuerte Tiuna, entre Padrino, Maduro, Diosdado Cabello y un representante cubano.

Cuando los resultados electorales son tan monumentalmente adversos, no se necesitan grandes análisis para descubrir que existe una enorme resistencia contra el Gobierno, capaz de movilizar la gran masa de ciudadanos que quiere ver cuanto antes, fuera y lejos, despojados de todo poder, a los culpables de la ruina el país. Las votaciones para la Asamblea Nacional se convirtieron en un contundente juicio popular de rechazo al gobierno de Maduro.

Pero ahora,  “la ética democrática” que pregonó Maduro al aceptar los resultados electorales parece  más una estrategia para disimular la derrota y usar el aparato del Estado para reencaucharse. Una ilusión pasajera que el propio oficialismo se encarga de desbaratar. Maduro había dicho que si lo derrotaban se iría a las calles a luchar en una acción cívico militar, que se volvió una especie de tema “switch”, que se enciende y apaga a conveniencia mientras se acomoda el que llega.

Fue una declaración irresponsable de guerra civil, que tuvo su pausa al conocerse el primer resultado del escrutinio, y que revive ahora, como amenaza,  matando la esperanza de reconciliación con una fuerte andanada contra los opositores, sobre los cuales vuelve a llover la carga desmedida de un gobierno que entiende la democracia como un juego de cartas marcadas, para ganar cuando logra la mayoría y ganar cuando la pierde y se convierte en una minoría ínfima.

Los comentaristas que se apresuraron a darle a Maduro el premio de demócrata del año no se explican qué quiere decir cuando habla de  democracia. Los que pedían un entendimiento para superar la crisis, y pensaban así proporcionarle una salida al Gobierno, quedaron desconcertados. Y la oposición triunfante quedó notificada que el Gobierno piensa lo mismo que el día previo a las elecciones, y se comporta como si el voto de castigo no hubiera sido para el gobernante. Creen que la Constitución es un librito cada vez más pequeño, que los autoriza para ejercer el poder sin límites, así queden barridos en las elecciones.

Con lenguaje guerrerista Maduro afirmó que sostendría una batalla contra quienes pretendan usar los mecanismos constitucionales para revocarle el mandato. Todavía no ha caído en cuenta que los abrumadores resultados de las recientes elecciones ya se lo revocaron.