Duele Venezuela. Duele la oscuridad en la que se sumió su proceso electoral y la desfachatez de Maduro que se niega, por todos los medios, a ceder un ápice de su poder autoritario. Duele la impotencia de un pueblo, el acallamiento de los que se atreven a levantar la voz y los 7.7 millones de venezolanos que han tenido que salir a buscarse la vida en otra parte.
A mí, particularmente, me duelen mis recuerdos. La tragedia que vive hoy Venezuela ha logrado empañar los momentos más felices de mi infancia, como colombiana criada allá. ¿Cómo puede un tirano robar la alegría a mis memorias? El sufrimiento que hoy padecen los venezolanos me atraviesa y tiñe de tristeza mis domingos en el río Caroní, navegando con mi viejo y mis hermanos; y los raudales, y el imponente Orinoco, y el mar y la carpa en la playa, frente a la fogata; y las turbinas de la central hidroeléctrica y los camiones enormes bajando con hierro del Cerro Bolívar, y los barcos cargados de acero y aluminio saliendo del puerto hacia el Atlántico; y mi colegio con 52 nacionalidades, y mis amigos y vecinos, y mi querido profesor de piano. Toda la alegría y la vitalidad de aquella época se diluye en el horror de estos días, de estos últimos 25 años.
Duele que los políticos de otros países saquen provecho de la tragedia que vive el pueblo venezolano. Reducir la discusión a blanco y negro, izquierda o derecha, es simplificar al extremo la realidad. Más allá de las banderas y los colores, lo que es aplastantemente claro es lo aberrante que resulta aferrarse al poder, durante décadas. Destruir los mecanismos de control político, debilitar la autonomía judicial, legislativa y electoral, aniquilar cualquier postura que disienta y hacer de la democracia una farsa es aberrante. El autoritarismo no está bien, en ningún caso y bajo ninguna ideología.
Duele que Nicolás Maduro, con su arrogancia, desvirtúe las causas sociales en un mundo cada vez más desigual. En nombre del pueblo, su régimen ha hecho de Venezuela el país más inequitativo de la región, que ya es mucho decir. Al final, los damnificados de esta tragedia son los sectores más pobres, de Venezuela y de la región. También sufren las consecuencias los movimientos progresistas, que creen genuinamente en la posibilidad de transformar la realidad por vías pacíficas. En Venezuela el autoritarismo le gana terreno al espíritu democrático y se roba la esperanza y la posibilidad de un futuro mejor para todos en América Latina.
El mundo entero pide transparencia, solo eso. De todas las orillas políticas se oyen reclamos. Son millones de voces, en todos los acentos y colores, que piden la publicación de las actas electorales. Allí, en esos registros está consignada la voluntad popular y el mandato de la ciudadanía, único poder constituyente de las democracias. “Para el pueblo lo que es del pueblo, porque el pueblo se lo ganó”, dice una canción de Piero; ojalá Maduro sea capaz de escucharla.
@tatianaduplat